Esteban veía luz y color en su horizonte. Consideraba a Jesús como su amigo auténtico y verdadero. Con un amor tal, sin ninguna condición, se sentía identificado, realizado y totalmente recompensado en su interior. Nada le hacía falta ante esa seguridad interna que se abría paso en su corazón.
Desde pequeño, tenía la idea de que entre él y Jesús había un abismo de distancia y de separación. Esa distancia debía recorrerla él para llenar con buenas acciones el trecho de lejanía. Eso le haría digno de llegar hasta Jesús. Pero se daba cuenta en esos momentos de su vida que estaba equivocado.
Un padre, un amigo, es tan amante que hace lo indecible para unirse con su hijo, con su amigo. No era la acción de Esteban. También estaba la acción de Jesús. Cada día veía que la fuerza y el entusiasmo de Jesús por encontrarle eran extraordinarias y que, si lo aceptaba, recibiría ese maravilloso regalo.
La mano de Jesús se alargaba y la mano de Esteban se dejaba coger por los dedos porque así lo indicaban los corazones que latían al unísono. Ese momento se llenaba de un gran entusiasmo, candor e ilusión.
“Es seguro que a estas alturas resulta evidente por qué el ego considera que el espíritu es su ‘enemigo’. El ego surgió como resultado de la separación, y la continuidad de su existencia depende de que tú sigas creyendo en la separación”.
“El ego tiene que ofrecerte algún tipo de recompensa para que sigas abrigando esta creencia. Lo único que puede ofrecerte es una sensación de existencia temporal que se origina con su propio comienzo y termina con su propio final”.
“Te dice que esa vida es tu existencia porque es la suya propia. Frente a esta sensación de existencia temporal, el espíritu te ofrece el conocimiento de la permanencia y de la inmutabilidad del estado de ser”.
“Nadie que haya experimentado la revelación de esto puede volver a creer completamente en el ego otra vez. ¿Cómo iba a poder imperar su miserable oferta por encima del glorioso regalo que Dios te hace?
Esteban comprendía que la acción de Jesús era mucho más poderosa que la suya. Era mucho más eficaz. Por su parte, una vez comprometido con su propuesta, era dejarse llevar por la relación extraordinaria entre los dos. Así la vibración del infinito se hacía presente.
La separación se había terminado y empezaba la unión efectiva y maravillosa de dos almas totalmente identificadas entre sí: Jesús veía en nosotros a él mismo, por ser nuestro creador. Nosotros nos reflejábamos en Él y descubríamos nuestro auténtico Ser.
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