martes, julio 3

UNA COSA DE DOS

Santiago desde pequeño, sin saber por qué, dejaba a sus amigos jugar en el patio del colegio y se iba al final del templo cuando estaba vacío y allí le encantaba hablar con Dios. Era algo especial. Era una visita personal. No era debido a ningún acto litúrgico. 

Era un encuentro entre los dos en sus momentos de gozo y se comunicaban de un modo muy rudimentario. Alguien le había dado un libro de pensamientos e historias de santos. Lo leía y lo comentaba con Jesús. Se fijaba en el altar todo vacío. Los ventanales dejaban entrar la luz, pero no llegaba hasta el lugar donde él se encontraba. 

Una semi-penumbra atenuaba la brillante luz del día que disfrutaban sus compañeros de juegos en los patios. En esa situación le encantaba encontrarse. Su corazón latía de alegría. Sus pensamientos se reposaban en el sagrario y parecía que se hablaban y se saludaban como dos muchachos jóvenes e inocentes. 

Ahora, a la distancia, leía aquel párrafo que llenaba de alimento su espíritu: “‘El Reino está perfectamente unido y perfectamente protegido, y el ego no prevalecerá contra él. Amén’. Esto se ha escrito en forma de oración porque así puede serte más útil en momentos de tentación”. 

“Es una declaración de independencia. La encontrarás muy provechosa si la entiendes cabalmente. El que necesites mi ayuda se debe a que has negado a tu propio Guía, y, por consiguiente, necesitas ser guiado”. 

“Mi papel consiste en separar lo falso de lo verdadero, para que la verdad pueda traspasar las barreras que el ego ha erigido y así brillar en tu mente. El ego no puede imperar en contra de nuestra fuerza conjunta”. 

Santiago sentía una seguridad desconocida. Algo se había movido en su interior. Le deba la confirmación de que su intuición iba en la buena dirección. La última frase resonaba en su interior: “El ego no puede imperar en contra de nuestra fuerza conjunta”. 

Esa fuerza conjunta, reconocía, que se había dado desde esa temprana edad cuando se reunía en el templo, a solas, con Jesús. Él decidía ir al templo. Él decidía hacer sus lecturas. Él decidía hablar con Jesús sobre lo que aprendía de ellas. Siempre había una conversación entre los dos. 

Reconocía que, dentro de él, como en cada ser humano, había siempre dos personas: Santiago y Jesús, o bien Santiago y el ego. El Reino era la unión de Santiago y Jesús. Y cuando estaba Jesús, el ego estaba desplazado. La unión de Santiago y el ego desaparecía. 

Se repetía la primera frase como oración: “El Reino está perfectamente unido y perfectamente protegido, y el ego no prevalecerá contra él. Amén.

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