lunes, julio 2

AMOR SIN CONFLICTOS

Pablo veía que la idea que tenía del amor era muy especial. Era algo así como yo diseñaba su estructura y ponía sus límites. Una vez que se traspasaran los límites el amor se rompía y no llenaba, entonces, sus expectativas. Así el amor se transformaba en una serie de conflictos porque nadie seguía sus reglas. 

Era prácticamente imposible que los demás se ajustaran a la idea de Pablo. Recordaba la opinión de un escritor que decía que los niños son los seres más egoístas que existen en el mundo. No se preocupan de que sus padres estén durmiendo por la noche después de un día agotador. 

Él lloraba y exigía ser atendido de inmediato. Algunos padres entendían que el niño tenía algún problema que le impedía el descanso natural. Trataban de identificar el problema y evitar que el niño siguiera sufriendo para retornar a su estado de tranquilidad y serenidad. 

El amor era así. No era como Pablo se orientaba. El amor era mucho más que sentirse bien, admirado, respetado. Todo ello formaba parte, pero la idea del otro siempre estaba en la mente de la persona amorosa. Entender y comprender la situación del otro superaba toda comprensión de la mente. 

“Es difícil entender lo que realmente quiere decir ‘El Reino de los Cielos está dentro de ti’. Ello se debe a que no es comprensible para el ego, que lo interpreta como si algo que está fuera estuviese dentro, lo cual no tiene sentido”. 

“La palabra ‘adentro’ es innecesaria. Tú eres el Reino de los Cielos. ¿Qué otra cosa sino a ti creó el Creador?, y, ¿qué otra cosa sino tú es Su Reino? Este es el mensaje de la expiación, mensaje que, en su totalidad, trasciende la suma de sus partes”. 

“Tú también tienes un Reino que tu espíritu creó. Este no ha dejado de crear como consecuencia de las ilusiones del ego. Tus creaciones no son huérfanas, de la misma manera en que tú tampoco lo eres”. 

“Tu ego y tu espíritu nunca serán co-creadores, pero tu espíritu y tu Creador lo serán siempre. Ten por seguro que tus creaciones están tan a salvo como tú”. 

Pablo se quedaba anonadado. El ego no podía entender cómo algo que estaba afuera estuviera adentro. No se trataba de lugar. No se trataba de trasladar nada. El espíritu captaba lo que la mente era incapaz de percibir. El espíritu seguía los dictados del corazón. 

El ego seguía los dictados del cuerpo. El espíritu creaba, atendía, relajaba al bebé llorando en mitad de la noche. Lo paseaba para que sus flatulencias dejaran de molestar, lo cambiaba de posición. La paz que Pablo le proporcionaba a su hijo no obedecía a ningún acto de ego. 

Esa serenidad salía de su corazón y de su hermoso espíritu que brillaba en sus ojos, en sus caricias, en sus deseos de poder restablecer en su pequeño esa tranquilidad que le hiciera coger el sueño otra vez.

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