Marcos no podía olvidar, desde que lo descubrió, el aforismo que estaba inscrito en el templo de Apolo en la ciudad de Delfos: “Conócete a ti mismo”. Aquellos hombres habían puesto en el punto de partida del conocimiento, de la verdad, la situación y la forma cómo actuábamos nosotros en la mente.
A todos nos era evidente que la situación de paz, de inquietud, de angustia, de revés o enfado de la mente, la distorsionaba en su forma de pensar. La hacía funcionar de distinta manera. Por ello, ser consciente del estado de nuestra mente era la función básica de nuestro recto pensamiento.
Saber, conocer, cómo funcionábamos en nuestra forma de tomar decisiones era vital para evitar los objetivos equivocados y alcanzar sabiduría en nuestras conclusiones.
“El ego no reconoce el verdadero origen de la ‘amenaza’, y si te identificas con el ego, no entenderás la situación tal como es. Lo único que le confiere al ego poder sobre ti es la lealtad que le guardas”.
“Me he referido al ego como si fuera una entidad separada que actúa por su cuenta. Esto ha sido necesario para persuadirte de que no puedes descartarlo a la ligera y de que tienes que darte cuenta de cuán extensa es la parte de tu pensamiento que él controla”.
“Sin embargo, no nos podemos detener ahí, pues de lo contrario, no podrás sino pensar que mientras estés aquí, o mientras creas estar aquí, estarás en conflicto. El ego no es más que una parte de lo que crees acerca de ti”.
“Tu otra vida ha continuado sin ninguna interrupción, y ha sido, y será siempre, completamente inmune a tus intentos de disociarte de ella”.
Marcos quería llegar a la esencia del poder del ego en su vida. Se repetía esas palabras que le ofrecían una puerta preciosa: “Lo único que le confiere al ego poder sobre ti es la lealtad que le guardas”. Sin lealtad no había poder de esa fuerza que nos ligaba a nosotros mismos y a nuestra autodestrucción.
Era un respiro hermoso comprender que el ego no ocupaba toda la extensión de la mente: “El ego no es más que una parte de lo que crees acerca de ti”. El germen de libertad, de unidad con el eterno permanecía inalterado: “Tu otra vida (sin ego) ha continuado sin ninguna interrupción, y ha sido, y será siempre, libre de contaminación del ego”.
Noticias de libertad entraban en el corazón de Marcos. Marcas de eternidad le llenaban todos los poros de su piel. Principios que superaban sus planteamientos iniciales iban cambiando y disminuyendo su lealtad al ego. Ese tipo de lealtades no tenía ningún sentido.
Ser leal en mantener una ofensa, un rencor o una venganza era todo un tiempo de inutilidad. Ese tipo de lealtades carecía de poder.
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