jueves, julio 12

JUSTIFICAR LO INJUSTIFICABLE

Mario recordaba los días en que volvía a clase después de que su madre le dijera que no podía ir porque debía ayudarle. Eran ocasiones en que no se sentía cómodo. No le gustaba faltar a clase. Sabía que habría materia nueva y que se quedaría atrasado. 

Sabía que muchos de sus compañeros se alegraban de dichas circunstancias. Era un día sin estar en el colegio. Pero para Mario era un revés. La asistencia a clases era una delicia y se lo pasaba estupendamente aprendiendo, saliendo a la pizarra a realizar ejercicios y competir sanamente con sus compañeros. 

Había varios grupos en clase de ocho chicos. Mario pertenecía al primero. Dentro del grupo iban ocupando los lugares del uno al ocho. Según las preguntas, iban adelantando o retrocediendo. Era un juego, sin más. No había regalos ni otro tipo de menciones. A Mario le encantaba ocupar los primeros puestos. 

Un día sin ir a clases le afectaría mucho. No estaría al tanto de la materia que se había dado y cualquier pregunta lo relegaría al último puesto. Sin embargo, comprendía mucho a su madre. A pesar de que no le gustaba faltar a clase, sabía que debía apoyarla en sus propuestas. 

“Al sereno ser del Reino de Dios, del que eres perfectamente consciente cuando estás en tu sano juicio, se le expulsa sin miramientos de aquella parte de tu mente que el ego rige”. 

“El ego está desesperado porque se enfrenta a un contrincante literalmente invencible, tanto si estás dormido como si estás despierto. Observa cuánta vigilancia has estado dispuesto a ejercer para proteger a tu ego, y cuán poca para proteger a tu mente recta”. 

“¿Quién, sino un loco, se empeñaría en creer lo que no es cierto, y en defender después esa creencia a expensas de la verdad?” 

Mario aceptaba que debía ayudar a su madre. No discutía con ella por el inconveniente que le causaba la falta a clase. Todas esas ideas quedaban en su mente. La verdad, para él, era la petición de su madre. Era cierto que en los primeros momentos le hacía salir la adversidad. 

La confianza en su madre le indicaba por dónde iba la buena decisión. La total entrega a su madre le tocaba los elementos sensibles de su corazón para darle todo su apoyo, todo su cariño, todo su ser. En esos momentos sabía que podía darle un poco de lo que ella le daba cada día, cada momento. 

Las mil ideas para oponerse ayudar a su madre, los inconvenientes que le producían se disipaban como el humo que dejaba ver con claridad la luz del día y de la verdad. Ante su madre, no había ninguna objeción. Abría sus brazos, la abrazaba y la besaba. Ese día sería para su madre.

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