Iván sentía en su interior que su vida y la vida de todas las personas era extraordinaria y respondían a un plan maravilloso. No era fruto de la casualidad que estaban en esta tierra, viviendo sus experiencias y teniendo sus pensamientos como parte de un plan global.
Ese hermoso espíritu que podía ver en él y en los demás. Esos caminos llenos de comprensión y de apoyo. Esa sensación de estar tratando con los demás y descubrir que era como tratar consigo mismo. Todos respondían a un mismo motivo, a un mismo objetivo: apoyarse y ayudarse.
Siempre le impactó una historia que quedó grabada en su corazón. Era un caminante a través de un camino lleno de nieve en una tormenta donde la blancura de las gotas iba endureciendo la capa construida en el suelo. La ciudad no estaba lejos.
Pero el paso lento de una persona agotada físicamente, incapaz de hacer esfuerzos, le heló la mente, el alma y el corazón. Se dejó caer en un cierto abrigo del camino. Ya no quería seguir más. En su caída notó algo extraño. No era la dureza del suelo la que notó en su cuerpo.
Separó la nieve, excavó un poco, se dio cuenta de que era el cuerpo de otra persona que había pensado lo mismo que él y estaba esperando la presencia del momento final de su existencia. Siguió excavando, empezó a hablar a la persona, y a darle ánimos y esfuerzo.
Allí estaba él para ayudarlo y para apoyarle en esos momentos. La persona a duras penas se incorporó, oyó sus palabras y su sangre parecía que corría por sus venas de una forma más rápida. Apoyándose en su salvador empezaron a caminar juntos.
El caminante no dejó de hablar, de apoyar, de animar, de calentar con sus palabras y su cercanía aquel cuerpo helado y frío. Poco a poco se fueron apoyando, se fueron afirmando sus pasos y el camino parecía que se podía recorrer y veían las luces del poblado.
Allí llegaron los dos. La persona que se había abandonado y el caminante que quería abandonarse. El caminante comprendió que su ánimo por salvar a la persona, le había dado la fuerza que necesitaba para seguir en el camino.
“El hábito de colaborar con Dios y Sus creaciones se adquiere fácilmente si te niegas diligentemente a dejar que tu mente divague. No se trata de un problema de concentración, sino de la creencia de que nadie, incluido tú, es digno de un esfuerzo continuo”.
“Ponte de mi parte sistemáticamente contra este engaño, y no permitas que esa desafortunada creencia te retrase. Los descorazonados no pueden ayudarse a sí mismos ni me pueden ayudar a mí”.
“Sin embargo, sólo el ego puede sentirse descorazonado”.
Iván se repetía que él no era su ‘ego’. Era consciente de que algunas veces lo elegía en su forma de pensamiento, en su forma de enfrentar las dificultades, en su forma de interpretar la vida. Por ello, sabía que podía dejar su ‘ego’ de lado y no dejarle dirigir sus ideas.
“El hábito de colaborar con Dios y Sus creaciones se adquiere fácilmente si te niegas diligentemente a dejar que tu mente divague”.
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