Darío todavía se preguntaba de dónde venía aquella voz interior que oyó con claridad de conciencia indicándole que fuera por aquel camino que le proponía para seguir con su tesis doctoral. Estaba tranquilo. Hacía días que había dejado de pensar en su tesis.
Estaba en uno de sus puntos en los que la mente se hallaba desconcertada ante el camino que debía escoger para hallar una solución a su trabajo académico. Una dificultad se elevaba con una imponente altura. Ante tal situación, optó por no preocuparse. No era una obligatoriedad terminar su trabajo.
Se trataba de otro de los desafíos hermosos que la vida le proponía para seguir con su descubrimiento continuo y constante. La paz le invadió. Dejó pasar el tiempo y permitió que, lejos de la angustia por el desconcierto, la serenidad se hiciera dueña de su alma.
Una tarde tranquila, se sentó en un banco de aquel amplio y hermoso parque delante de aquel estanque donde un chorro central atraía la mirada de los paseantes y los pensamientos bellos de los que se fijaban en la espuma de lo alto de su cima.
Su mente se perdió en la belleza que circundaba todo el lugar. Sentía que el vuelo imaginario de su mente se perdía delante de tanta variedad de colores naturales y acariciantes. Una idea se deslizó hasta su mente y le dijo cómo debía continuar con su tesis.
Fue la intuición y la voz más certera que pudo comprobar varias semanas más tarde cuando fue aplicando esa idea a todo el libro objeto del análisis.
“Si no puedes oír la voz de Dios, es porque estás eligiendo no escucharla. Pero que sí escuchas la voz de tu ego lo demuestran tus actitudes, tus sentimientos y tu comportamiento”.
“No obstante, eso es lo que quieres. Eso es por lo que luchas y lo que procuras proteger manteniéndote alerta. Tu mente está repleta de estratagemas para hacer quedar bien al ego, pero no buscas la faz de Cristo”.
“El espejo en el que el ego trata de ver su rostro es ciertamente tenebroso. ¿De qué otra manera sino con espejos, podría seguir manteniendo la falsedad de su existencia?”
“Con todo, dónde buscas para encontrarte a ti mismo depende de ti”.
Darío se había preguntado, en muchas ocasiones, la posibilidad de escuchar la voz de Dios. Ahora se daba cuenta de que la voz, fuera de Dios, o bien del ego, salía de su interior. Las actitudes, los sentimientos y el comportamiento, le decían que escuchaba esa voz y que decidía e imaginaba siguiendo sus dictados.
Esa tarde supo que la voz de Dios había descendido hasta su pensamiento. Nadie le había hablado acercándose al oído. Como nadie le había hablado al oído cuando se oponía al perdón que le pedían y lo rechazaba. La voz siempre estaba presente y no podía acallarla. Sólo se trataba de seguir la voz de Dios que siempre nos hacía presentes de su origen y de nuestra maravillosa naturaleza divina.
Darío expandía sus pulmones con toda potencia, fuerza y alegría. Sabía que la voz de Dios vivía en su interior. Sabía que la voz de Dios siempre estaba con él. Nunca le faltaba. Ahora solamente tenía que decidir no seguir la voz del ego cuando en su mente interfería.
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