Benito tenía en su cuerpo una cicatriz que se había hecho grande con su desarrollo. Tenía un año cuando fue intervenido y le dejaron dos gomas para drenar sus pulmones con salida por la espalda a la altura de su omóplato derecho.
El cuerpo se había agrandado y la cicatriz había reducido su extensión, pero su presencia siempre marcaba aquellos agrios momentos para su madre y para su familia. La vida le iba en ello y esperaban que pudiera salir de aquel percance sin ninguna dificultad.
Su madre vivió siempre con el alma en vilo. Le dijeron que había posibilidad de que no se desarrollase normalmente. El cuerpo, de esa manera, adquiría una importancia vital en la vida de una persona. Si el cuerpo se desarrollaba bien, se podía vivir sin darle una atención excesiva.
Era entonces cuando todo se equilibraba. El cuerpo pasaba a un segundo término en nuestras vidas. Benito pudo desarrollarse bien y su cuerpo dejó de ser la primera premisa de su existencia.
“El ego es el hogar que el ego ha elegido para sí. Esta es la única identificación con la que se siente seguro, ya que la vulnerabilidad del cuerpo es su mejor argumento de que tú no puedes proceder de Dios”.
“Esta es la creencia que el ego apoya fervientemente. Sin embargo, odia al cuerpo porque no lo considera lo suficientemente bueno como para ser su hogar. En este punto es donde la mente queda definitivamente aturdida”.
“Habiéndole dicho el ego que ella es parte del cuerpo y que el cuerpo es su protector, también le dice que el cuerpo no puede protegerla. Por consiguiente, la mente inquiere: ‘¿Dónde puedo encontrar protección?’, a lo que el ego responde: ‘En mí’”.
“La mente, y no sin razón, le recuerda al ego que él mismo ha insistido que con lo que ella se tiene que identificar es con el cuerpo, de modo que no tiene objeto recurrir a él para obtener protección”.
“El ego no dispone de una respuesta plausible para esto, puesto que no la hay, pero sí dispone de una solución típica: eliminar la pregunta de la conciencia. Una vez fuera de la conciencia la pregunta puede producir desasosiego, y de hecho lo produce, pero no puede ser contestada porque no puede ser planteada”.
Así comprendía Benito mucho mejor que el olvido del cuerpo y del ego provenía de una buena salud y de un buen desarrollo. La mente no era parte del cuerpo. La mente era parte del espíritu. Así lo vivió durante muchos años en su matrimonio y con la venida de sus hijas.
El espíritu de unión, de amor, de protección mutua y de búsqueda de Dios para poner en sus planteamientos su confianza, les dieron la fuerza adecuada para superar todo inconveniente con sus cuerpos. La vida entonces tomaba los mejores rumbos de cariño, de apoyo y de confianza mutuas.
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