Juan se dejaba llevar por algunos pensamientos que no seguían el camino general de percepción del ser humano. El cuerpo adquiría una importancia vital. Toda la vida se desarrollaba alrededor del cuerpo. Las comparaciones entre los cuerpos se practicaban con una asiduidad asombrosa.
Y todos sabíamos que las comparaciones era cosa del ego. El ego se centraba en el cuerpo. Era su lugar de vida y de poder. Sin embargo, detrás de los cuerpos se descubría, en ocasiones, una vida noble, una belleza de espíritu encomiable, una actitud serena, digna y comprensiva.
Nadie podía discutir que ese fluir de la vida y de una vida maravillosa provenía de algo diferente al cuerpo. No era el cuerpo quien lo daba. Era un elemento diferente que el hombre poseía. La palabra espíritu se dejaba traslucir. Un espíritu que daba realmente una visión maravillosa.
Juan repasaba las palabras que Jesús pronunció en cierta ocasión: ‘He venido para que tengan vida, y vida en abundancia’. Sin la venida de Jesús, la vida de la carne, del cuerpo, seguía su camino. Juan lo asociaba con otro que expresaba: ‘las palabras que os he compartido son espíritu y son vida’.
Así que se asociaban las palabras ‘espíritu y vida’. Una pareja que abría nuevos caminos en nuestra senda por la existencia. Se centraba con estos pensamientos en la lectura del siguiente párrafo:
“No se puede hacer demasiado hincapié en el hecho de que corregir la percepción es simplemente un expediente temporal”.
“Dicha corrección es necesaria únicamente porque la percepción falsa es un obstáculo para el conocimiento, mientras que la percepción fidedigna es un trampolín para él”.
“El valor de la percepción correcta reside en la conclusión inevitable de que toda percepción es innecesaria. Esto elimina el obstáculo por completo. Te preguntarás cómo puede ser posible esto mientras parezca que vives en este mundo”.
“Esa es una pregunta razonable. No obstante, tienes que asegurarte de que realmente la entiendes. ¿Quién es el ‘tú’ que vive en este mundo? El espíritu es inmortal y la inmortalidad es un estado permanente”.
“El espíritu es tan verdadero ahora como siempre lo fue y lo será siempre, ya que no entraña cambios de ninguna clase. No es un continuo, ni se puede entender comparándolo con un opuesto”.
“El conocimiento nunca admite comparaciones. En eso estriba su diferencia principal con respecto a cualquier otra cosa que la mente pueda comprender”.
Juan sentía un nuevo aliento en su interior. La permanencia del espíritu le llegaba muy hondo: “El espíritu es inmortal, y la inmortalidad es un estado permanente. El espíritu es tan verdadero ahora como siempre lo fue y lo será siempre, ya que no entraña cambios de ninguna clase”. Sentirse que además de un cuerpo tenía un espíritu en su interior que guiaba sus actitudes le llenaba mucho.
Terminaba su reflexión interior repitiéndose a sí mismo: “Sólo muere el cuerpo, el espíritu es permanente”.
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