lunes, julio 9

LIBERTAD Y SINCERIDAD

Carlos sentía en su corazón que la relación del Eterno con sus criaturas seguía la línea de un buen padre terrenal. En Su caso, con la inmensa capacidad de amar que tenía, sería inclusive maravilloso, sin tacha, sin dudas, sin equivocaciones. 

Tenía la experiencia de haber sido criado, cuidado, atendido, orientado y tranquilizado, muchas veces, por su madre. Siempre había encontrado un apoyo y un refugio muy comprensivo. Tenían entre ellos una relación muy especial. Eran, además de madre e hijo, auténticos amigos y se abrían el corazón. 

Sin embargo, desde pequeño, le habían enseñado que al dirigirse a su Padre celestial tenía que repetir algunas palabras que no le hubiera dicho a su madre terrenal: “Señor, no soy digno que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. 

Nunca se había planteado que no era digno del amor de su madre. Su madre se lo daba con toda sinceridad, con toda plenitud, con todo el corazón y con toda sinceridad. Carlos lo recibía como tal. En ocasiones, pensaba que, si realmente no se merecía el amor del Padre celestial, mejor que se lo diera a otra persona. 

Pero su corazón le decía que su Padre celestial lo amaba, lo apreciaba, en la misma línea que lo amaba y apreciaba su madre. El amor de su madre era un reflejo del amor del Padre celestial. 

“Nunca se te ha ocurrido realmente renunciar a todas las ideas que jamás hayas tenido que se oponen al conocimiento. Conservas miles de retazos de temor que le impiden la entrada al Santísimo”. 

“La luz no puede filtrarse a través de los muros que levantas para obstruir su paso, y nunca estará dispuesta a destruir lo que tú has hecho. Nadie puede ver a través de un muro, pero yo puedo traspasarlo”. 

“Mantente alerta contra los retazos de miedo que aún conservas en tu mente, o, de lo contrario, no podrás pedirme que lo traspase. Sólo puedo ayudarte tal como nuestro Padre nos creó”. 

“Te amaré, te honraré, te respetaré absolutamente lo que has hecho, pero no lo apoyaré a menos que sea verdad. Nunca te abandonaré tal como Dios tampoco te abandonará, pero tengo que esperar mientras tú continúes eligiendo abandonarte a ti mismo”. 

“Debido a que espero con amor y no con impaciencia, es indudable que me pedirás con sinceridad que lo traspase. Vendré en respuesta a toda llamada inequívoca”. 

Carlos veía ese mismo amor de su madre con una profundidad de respeto a la libertad personal que lo dejaba sin palabras. No podía por menos que memorizar el último párrafo: 

“Debido a que espero con amor y no con impaciencia, es indudable que me pedirás con sinceridad que lo traspase. Vendré en respuesta a toda llamada inequívoca”.

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