Daniel acababa de aprender dos palabras de las que había estado siempre lejano. Creía que no participaba de ellas en ninguna de las maneras. Pero prestando atención un poco más a esa afirmación definía con precisión algunas de sus propias experiencias en algunas ocasiones.
La lectura que se lo compartió exponía el ejemplo del agua para los peces. Los peces siempre están en su medio. Es normal para ellos. Así que no son conscientes del agua. Por tanto, todo lo que es normal pasa tan desapercibido que no nos damos cuenta. Somos totalmente ciegos a ello.
Se afirmaba que no sabíamos relacionarnos. Toda relación nuestra estaba teñida por esas dos palabras: “Un vivo deseo de poder y un vivo deseo de independencia”. Dos palabras que orientaban nuestras relaciones con los demás. Las personas con poder eran muy respetadas por nosotros. Y, si era uno de nuestros conocidos, una ocasión de hacerle una visita.
El vivo deseo de independencia también nos definía con esa tendencia a creer que nuestra vida era solo nuestra. No tenía que ver para nada con los demás. Un encerrarse en nosotros mismos para lidiar con nuestros problemas y con nuestras estrategias. A nadie le importaba y a nadie le interesaba nuestras situaciones personales.
Daniel se daba cuenta del poder de influencia de esas dos palabras en todas nuestras relaciones. Toda relación que atentara contra nuestro concepto del poder era desechada. Toda relación que nos impidiera ese vivo deseo de independencia había que cortarla.
Esa mezcla explosiva en nuestra vida nos ponía en momentos de disyuntiva, de angustia y de soledad triste entre nosotros. ¿Cómo equilibrar ese poder y esa independencia personal para que ninguna de las dos se resintiera? Las personas nos podrían dar poder, pero al mismo tiempo nuestra independencia era intocable. Angustias indecibles. Momentos de elección. Situación incómoda y de difícil solución.
Daniel se interesó por las palabras que podrían hacer marchar la relación. Si quitáramos esas dos de poder e independencia, ¿cuáles las podrían reemplazar? La idea de relación descansaba en otras dos palabras. Una era “amor”. En el amor, una persona se preocupaba principalmente por la otra. Se olvidaba de sí misma y la apoyaba.
Y la siguiente palabra que complementaba al amor, era respeto. El respeto era esa actitud que limitaba a uno mismo frente a la grandeza y libertad de la otra persona. La libertad de la otra persona era suprema. Daniel reconocía que habíamos estado tanto tiempo siendo inconscientes del poder y de la independencia personal que el amor y el respeto no adquirían esa fuerza que en ellas contenía.
Sin embargo, estaba empezando a vislumbrar que, sin amor, sin preocupación por la otra persona, nosotros no podíamos expandirnos en grandeza, en descubrimiento de nuestra propia infinidad, en nuestra propia esencia. Era el camino para hallar la maravilla que existía en nosotros. Y el respeto, era la vía para permitir que cada persona se desarrollara en sus propios caminos, a su propia velocidad, y en sus propias elecciones.
Daniel aceptaba que era como los peces que eran inconscientes del agua. Había sido ciego a sus relaciones basadas en el poder y en la independencia personal. Le daba la bienvenida al amor y al respeto como alternativa para dirigir su nave al nuevo rumbo de su libertad y de la libertad de la humanidad.
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