Guille leía aquellas líneas y no daba crédito a lo que estaba leyendo. No se lo podía creer en absoluto. El Creador del universo lo tenía todo. No lo limitaba nada y podía llegar a todos los rincones del globo. Y, parecía que le podía faltar algo a ese ser tan completo y tan omnipotente.
“Sin ti, al Padre Celestial le faltaría algo, el Cielo estaría incompleto y habría un Hijo sin Padre. No habría universo ni realidad. Pues lo que el Padre Celestial dispone es íntegro y forma parte de Él porque Su Voluntad es una. No hay cosa viviente que no forme parte de Él ni nada que no viva en Él”.
“La santidad de tu hermano te muestra que el Padre Celestial es uno con Él y contigo, y que lo que tu hermano tiene es tuyo porque tú no estás separado de él ni de su Padre”.
Guille no dejaba de pensar en esa afirmación: “Sin ti, al Padre Celestial le faltaría algo”. Él había sentido muchas veces su soledad en los paseos por la orilla del mar. Todo era tan inmenso que se sentía tan pequeño como un grano de arena. ¡Cuántas veces se había dicho que si desapareciera no le importaría a nadie! Pocas personas notarían su ausencia.
En otros momentos, en sus tristezas internas, la soledad se acentuaba de un modo exponencial. Ni siquiera a una hoja caída, ni a una gota de agua, ni siquiera a un puñadito de arena le importaba, en su insensibilidad, el furor de su aflicción interna. Soledad, soledad, sentía. Soledad, soledad se expandía por los cielos. Soledad y extravío se juntaban para darle una sensación de una nada que no podía tolerar.
Y volvía a repetirse. No lo creía. “Sin ti, al Padre Celestial le faltaría algo”. Guille con ese pensamiento recibía un abrazo del sol, de la luna en el horizonte, del aire que pasaba entre sus brazos y su cuerpo. Un abrazo del azul del mar. Del verde de los árboles tierra adentro. Del ruido de las aguas que mansamente morían en la playa.
No sabía por qué, pero el corazón se le expandía. Una nueva energía se hacía presente. “No estaba solo”. Gritaba su corazón lleno de alegría. Tenía a su lado al Ser más imponente de su vida. Y no dejaba de utilizar a la naturaleza para darle ese abrazo que le sabía a gloria y a una paz relajada y plena.
Su mente aceptaba la idea de uno. Su mente integraba todas las cosas juntas. “Pues lo que el Padre Celestial dispone es íntegro y forma parte de Él porque Su Voluntad es una”. Guille captaba ese concepto de unidad. Le atraía. Le hacía sentir bien. Le daba esa paz que sólo una visión tranquila y segura comunicaba.
La luz había entrado en su corazón. Su Padre Celestial y él eran uno. La soledad se había disipado. La separación se había evaporado. Nada podría separarlos. Su Padre Celestial, por fin, se había, con él, comunicado.
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