Josué se había quedado absorto en aquellos párrafos que contenían una conversación entre Mack, el personaje del libro que estaba leyendo, y Jesús. Una conversación inusitada. Pero, sentía en su corazón que aquel planteamiento tenía mucho de veraz y de natural. Su interior se lo decía.
Y si el Padre Celestial era así, coincidía totalmente con el Padre Celestial que tenía en su interior, en su pensamiento y en sus conversaciones internas. Era algo realmente estupendo. Una visión que había guardado en su interior y que no lo había compartido con nadie. Ahora, lo veía reflejado en aquellas líneas que le hacían vibrar de un modo inesperado.
“-¿Has notado que aunque me llaman "Señor" y "Rey", en realidad nunca he actuado de esa forma con vosotros? Nunca he tomado el control de vuestras decisiones, ni os he obligado a hacer nada, aun si lo que estabais a punto de hacer era destructivo o perjudicial para vosotros y para los demás”.
“Mack miró el lago antes de replicar:”
“-Yo habría preferido que a veces hubieras tomado el control. Eso me habría ahorrado a mí, y a la gente que quiero, mucho dolor”.
“-Imponer mi voluntad sobre vosotros -replicó Jesús- es exactamente lo que el amor no hace. Las relaciones genuinas están marcadas por la entrega, aun cuando vuestras decisiones no sean útiles ni sanas. Esta entrega no es por autoridad ni por obediencia; es por una relación de amor y respeto”.
“Mack se sorprendió”.
“-¿Cómo puede ser? ¿Por qué querría el Padre Celestial respetarme a mí?”
“-Porque queremos que tú te unas a nosotros en nuestro círculo de relación. No quiero esclavos de mi voluntad; quiero hermanos y hermanas que compartan la vida conmigo”.
Josué vibraba con esas dos palabras que debía aprender en su vida. “Esta entrega no es por autoridad ni por obediencia; es por una relación de amor y respeto”. La autoridad y la obediencia no tenían lugar en la relación con el Padre Celestial. Eran dos cualidades extrañas. No había esclavos. El amor y el respeto destacaban como elementos esenciales de la relación.
Debía alejarse también del concepto de jerarquización que implicaba la autoridad y la obediencia. En efecto, veía en ese planteamiento una superación del pensamiento. Recordaba que esa superación del pensamiento estaba implicada en la palabra griega “metanoia”. Esa palabra griega implicaba más allá del pensamiento. Similar a “metamorfosis” más allá de la forma.
En la oruga y la mariposa se veía la metamorfosis. En el cambio de esas dos palabras se veía la “metanoia”. Autoridad y obediencia implicaban esclavitud. Amor y respeto implicaban relación. Y Jesús quería destacar esa relación con todos nosotros.
“-Porque queremos que tú te unas a nosotros en nuestro círculo de relación. No quiero esclavos de mi voluntad; quiero hermanos y hermanas que compartan la vida conmigo”.
Josué se quedaba mudo de sorpresa, de verdad, de contento y de autenticidad. Su corazón se lo decía. Jesús ofrecía algo nuevo, maravilloso, extraordinario. Ya no más esclavitud de nadie. Ya no más callarse. Ya no más obedecer por miedo. Ya no más temer a la ley injusta. Una relación de amor y respeto destacaba en la convivencia divina.
Su decisión empezó a ser efectiva desde aquel día. Toda persona era objeto del amor y del respeto del Padre Celestial. Toda persona era infinita. Toda persona era de un valor inmenso. Por tanto, trataría a toda persona con el amor y el respeto que le ofrecía su Padre Celestial.
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