A Pablo le interesó una noticia curiosa que le llegó. Un coleccionista de carros de combate antiguos, se había encontrado en el depósito de gasolina, de un ejemplar adquirido, cinco lingotes de oro. El hallazgo fue una sorpresa mayúscula. El carro de combate había estado en la guerra de Irak. Alguien, con aparente buena idea, metió los cinco lingotes en el depósito.
La noticia no dejaba de ser curiosa. No estábamos acostumbrados a esos hallazgos. El coleccionista, al tratar de desmontarlo, notó que el depósito de gasolina contenía algún elemento sólido y pesado. Pensó que podría ser algún artefacto explosivo. Ante tal eventualidad dio parte a la policía. La policía y los artificieros se personaron para verificar dicho contenido.
Se quedaron sin palabras, al descubrir que, en lugar de artefactos explosivos, cinco lingotes de oro salían del depósito. Alcanzaban un valor de 2,5 millones de euros. Toda una fortuna. Sin embargo, lo que le sorprendió a Pablo, antes de conocer los detalles de dicha incidencia, fue la respuesta interior que sus pensamientos le propusieron de forma automática.
“Se los podría haber quedado y tener la vida resuelta”. No entendía cómo se los había entregado a la policía. Al avisarla, por la posibilidad de elementos explosivos, empezó a comprender. La situación quedaba clara y era algo que no le pertenecía.
Pablo, entonces, se hizo consciente de esos pensamientos internos que anidaban en su mente. La idea de separación de la fuente del universo, la idea de la separación con todos los humanos, el sentimiento de separación anidaba dentro de él, sin saberlo. Si nadie lo hubiera sabido, se lo hubiera quedado. Siempre se había opuesto a la frase que decía: “Cada persona tiene su precio”.
Era cierto que desde su atalaya consciente lo tenía claro. Pero sus ideas internas le revelaban otra cosa. Ahora se veía con mayor claridad. Entendía que esa noticia había actuado como un espejo donde se reflejó su interior. Comprendía así esas ideas que estaba leyendo: “Ser especial es la función que tú te asignaste a ti mismo”.
“Te representa exclusivamente a ti, como un ser que se creó a sí mismo, auto-suficiente, sin necesidad de nada y separado de todo lo que se encuentra más allá de tu cuerpo”.
“Ante los ojos de “lo especial en ti” tú eres un universo separado, capaz de mantenerse completo en sí mismo, con todas las puertas aseguradas contra cualquier intromisión y todas las ventanas cerradas herméticamente para dejar pasar la luz”.
“Y al estar siempre furioso por el constante ataque al que siempre crees estar sometido, y al sentir que tu ira está plenamente justificada, te has empeñado en lograr este objetivo con un ahínco del cual jamás pensaste desistir y con un esfuerzo que nunca pensaste abandonar”.
Pablo, antes de ese hecho del carro de combate, nunca hubiera pensado que esas palabras fueran verdad. Él no había pensado así nunca. Sin embargo, los automatismos interiores le decían otra cosa. Había que ir deshaciéndolos. Eso le daba una mayor comprensión de sí mismo, una mayor comprensión de los demás.
Otra razón para ir desterrando de su vida la acción de “condenación”, tanto así mismo como al “otro”. El apoyo, la cercanía, la empatía, la sensación de esclavitud ignorada, todo se revolvía para que nunca más saliera de su boca ninguna palabra condenatoria contra sí y contra nadie.
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