Lucas se vio delante de un texto que lo desafiaba en varios sentidos. Su pregunta era un grito al cielo. La respuesta era la puerta de salida a ese ambiente asfixiante que planteaba. Abrir el libro y encontrarse con ese texto tenía su miga. Lo leía y releía. Intentaba comprenderlo. Así decía:
“¿Estamos entonces irremediablemente condenados a vivir en un sueño empobrecido, mutilado, esquemático, tomado por normal a base de pura costumbre? Muy al contrario, el acceso y la experiencia de Ser constituye nuestra manera natural de existir, una manera radicalmente distinta a la aparente, una manera plena, ilimitada, segura y dichosa, aunque desterrada”.
Era un tanto fuerte. No se podía quedar uno tranquilo con ese planteamiento. Un análisis certero. Pero, gracias al infinito, con esa afirmación que todo lo curaba: “el acceso y la experiencia de Ser constituye nuestra manera natural de existir, una manera radicalmente distinta a la aparente, una manera plena, ilimitada, segura y dichosa, aunque desterrada”.
Había una palabra que no encajaba con su alegría: “desterrada”. Pero, bien entendida, era una luz que se filtraba en su mente y en su comprensión. Si la mente la había desterrado, la mente, con un planteamiento diferente, podía recobrarla. La luz continuaba su camino con aquella reflexión y con su lectura.
Buscaba la expresión de esa luz que se filtraba: “Mira a tu hermano y ve en él lo opuesto a las leyes que parecen regir este mundo. Ve en su libertad la tuya propia, pues así es. No dejes que su deseo de ser especial nuble la verdad que mora en él, pues no te podrás escapar de ninguna ley de muerte a la que lo condenes”.
Lucas empezaba a comprender la función del “otro” en su vida. El Padre Celestial le ayudaba mucho. Le decía que ese “otro” no era un ser lejano, distante, extranjero ni extraño. Ese “otro” era su hermano. Y la idea de ser hermano implicaba que era de la misma familia. Deducía que venían de unos mismos padres, de un mismo origen.
Ver al hermano era poder verse a sí mismo. Nadie podía verse directamente a sí mismo. Era una incapacidad de la que no éramos conscientes. Lucas recordaba los incidentes de alguien que decía que no se tocara ese tema en la reunión por la reacción que podía provocar en ciertos presentes. Los otros reflejaban las angustias que teníamos dentro.
Nuestra mirada al hermano era nuestra mirada a nosotros mismos. Si veíamos al hermano con tachas, con defectos, eran nuestras propias tachas, nuestros propios defectos. “Cree el ladrón que todos son de su condición”. Si no mentíamos, no podíamos ver a ningún mentiroso. Nuestro ataque al otro era el ataque a nosotros mismos.
Ese mecanismo era un misterio para muchos todavía. Pero, la parte sabia nuestra nos lo iba recordando. Si no éramos capaces de ver en el otro la bondad, la maravilla, la admiración, era porque no existía tampoco en nuestro interior.
“Mira a tu hermano y ve en él lo opuesto a las leyes que parecen regir este mundo. Ve en su libertad la tuya propia, pues así es. No dejes que su deseo de ser especial nuble la verdad que mora en él, pues no te podrás escapar de ninguna ley de muerte a la que lo condenes”.
Hermoso espejo en el “otro”, en el “hermano”, para saber lo que mora en nuestro interior.
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