Darío empezaba a comprender esa expresión que había escuchado en varias ocasiones: “No había más ciego que quien no deseaba ver”. La capacidad de ver las razones de los demás, no radicaba en el otro. Radicaba en su actitud interna. Si la duda era completa, el otro ya no podía hacer nada. Se cerraba totalmente a sí mismo y la ceguera se instalaba.
Vemos lo que realmente creemos en nuestro interior. La creencia nos abre la puerta para ver. “Puesto que crees estar separado, el Cielo se presenta ante ti como algo separado también. No es que lo esté realmente, sino que se presenta así, para que el vínculo que se te ha dado para que te unas a la verdad, pueda llegar hasta ti a través de lo que entiendes”.
Darío resoplaba. Era una actitud muy comprensiva. La verdad bajaba en un canal que podía ser entendido y comprendido por nosotros. De otro modo, la ceguera hubiera sido fatal. “El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Uno, de la misma manera en que todos tus hermanos están unidos en la verdad cual uno”.
“El Espíritu Santo es el vínculo entre la otra parte – el demente y absurdo deseo de estar separado, de ser diferente y especial – y el Cristo para hacer que la unidad le resulte clara a lo que es realmente uno. En este mundo esto no se entiende, pero se puede enseñar”.
Darío suspiraba. Iba pasando de su idea de separación a su idea de unidad, a su idea de conjunción, a su idea de fusión, a su idea de completa igualdad. Eso le abría la mente para no quedarse en esa ceguera donde la creencia de la separación hacía sus estragos. Pero, se iba acabando ya esa creencia.
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