sábado, abril 29

HERMOSA LUZ CLARIFICADORA

Benjamín se daba cuenta de que estaba recorriendo un camino nuevo, novedoso, pero, al mismo tiempo, veía que daba razón de la vida y de la experiencia. Cierta persona, mirándose al espejo, se dirigía con todas las fuerzas de su corazón y se decía a sí mismo: “Hoy, tú no me vas a vencer a mí”. Esa afirmación dejaba un poso de lucha dentro de sí que no acertaba a comprender. 

El día, de esa manera, se establecía como un combate de hermandad. Dos posiciones de la misma persona luchaban. Era algo así como el enfrentamiento de la luz y las tinieblas. Se daba cuenta que era imposible que ese conflicto pudiera desarrollarse en su interior. La misma luz al acercarse a la oscuridad disipaba todas las tinieblas. 

Había leído que la maldad no existía. La maldad era ausencia de luz. La oscuridad no existía. La oscuridad era ausencia de luz. Con luz ya no había lucha, enfrentamiento, combate. El gozo iba invadiendo el pecho de Benjamín. “Todo aquel que se encuentra aquí ha venido a las tinieblas, pero nadie ha venido solo ni necesita quedarse más de un instante”. 

“Pues cada uno ha traído la Ayuda del Cielo consigo, lista para liberarlo de las tinieblas y llevarla a la luz en cualquier momento. Esto puede ocurrir en cualquier momento que él decida, pues la ayuda está aquí, esperando tan solo su decisión”. 

“Y cuando decida hacer uso de lo que se le dio, verá entonces que todas las situaciones que antes consideraba como medios para justificar su ira se han convertido en eventos para justificar su amor. Oirá claramente que las llamadas a la guerra que antes oía son realmente llamamientos a la paz”. 

“Percibirá que lo que antes atacó no es sino otro altar en el que puede, con la misma facilidad y con mayor dicha, conceder perdón. Y reinterpretará cualquier tentación simplemente como otra oportunidad más de ser feliz”. 

La luz hacía su camino. La luz le alumbraba sus pasos. La luz le cambiaba sus ideas. La luz deshacía pensamientos erróneos y equivocados. La luz barría la oscuridad con la sencillez de la bombilla que se encendía en la habitación y ofrecía todos los rincones a la mirada. Así, ese hombre que se miraba al espejo, se decía a sí mismo: “tú y yo somos uno porque la luz así nos lo dice y nos lo demuestra”. 

Fin del enfrentamiento, fin de la competición, fin de la lucha.

No hay comentarios:

Publicar un comentario