jueves, abril 20

EL AUTÉNTICO "QUID" DE LA CUESTIÓN

Sebas se quedaba pensativo con aquella pregunta delante de sí. La estaba leyendo y no lograba comprenderla en todos sus términos. Unir “valía” con el deseo de “ser especial” le sorprendió al principio. Debía encajar ambos términos. Debía comprenderlos en toda su extensión. La pregunta decía así: “Cómo ibas a poder reconocer tu “valía” mientras te domine el deseo de “ser especial”?”

A simple vista no era evidente. No entendía muy bien la pregunta. Debía estudiarla, reflexionarla y abarcarla. Lo primero que captaba era una oposición entre las palabras citadas. Tu deseo de “ser especial” te impedía ver tu “valía”. Sebas iba viendo un poco de luz. El deseo de “ser especial” era “ser mejor que…”, era ser más que….”

Eso implicaba que, para sentirse bien, otros tenían que ser peores que él, más bajos que él en la escala social, más pequeños en su consideración. Además, se debía reflejar de una manera física, visible. Y aquí empezaba a ver un poco de luz. Su concepto de “valía” no tenía un reflejo en él mismo. Su concepto era siempre producto de una comparación. 

Era un contrasentido. El deseo de “ser especial” reemplazaba totalmente a su valía intrínseca, auténtica, verdadera. La valía que tenía todo ser humano desde su nacimiento. Si eso fuera verdad, el enfrentamiento entre todos los seres humanos estaba servido. Cada uno lucharía por su deseo de “ser especial”. Sebas empezaba a comprender un poco más. 

El resto del párrafo le ayudaba: “¿Cómo no ibas a reconocer la valía en su santidad? No trates de convertir “lo especial en ti” en la verdad, pues si lo fuese estarías ciertamente perdido. En lugar de ello, siéntete agradecido de que se te haya concedido ver la santidad de tu hermano debido a que es verdad”. 

“Y lo que es verdad con respecto a él tiene que ser igualmente verdad con respecto a ti”. Sebas empezaba a comprender. Ahora veía con mayor claridad el deseo de codicia de los mortales. Dudaban de su propia valía. Ni siquiera la apreciaban. Por ello, debían buscarla fuera de ellos. Y eso era el germen del sufrimiento, del ataque, del menosprecio y de la idea de “enemigo”. 

Ese concepto daba expresión a dichos como: “Cada persona tiene un precio”. La valía física del dinero reemplazaba a su auténtica valía. La valía de las personas no se miraba en los dones de su corazón ni de su comportamiento. Se centraba en lo que poseía. Por ello, algunos pensamientos sabios repetían: “al morir no te podrás llevar ningún bien físico ajeno”. 

La paz iba cubriendo el corazón de Sebas. La luz lo iba envolviendo. Dejar de dudar de uno mismo, dejar de buscar fuera, lo que ya teníamos en nuestro interior, era la puerta de la solución. Todos teníamos la misma valía por nuestro derecho de nacimiento.

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