domingo, abril 16

CHARLA DIRECTA CON EL INFINITO

Santi se deleitaba con aquellos recuerdos de sus primeros pasos en la iglesia oficial. La lengua de los oficios era todavía el latín. La gente se congregaba, pero no entendía lo que se decía. Eran como unos ritos que se repetían y parecían que calmaban las conciencias atormentadas. Cierto halo de magia respiraban aquellas celebraciones. 

Se vio captado por el ambiente, por el olor del incienso, por las penumbras de las iglesias y por el latín que se repetía. Tanto era el influjo que sentía que cuando tuvo ocasión, cogió un manuscrito donde estaban escritas todas las palabras que se decían en la misa en latín. 

Santi, sin saber nada de latín, empezó a memorizar aquellas frases. Las repetía tal cual las escuchaba en los oficios. Asoció al Infinito aquellos sones extraños que no compartían su sentido. En su banco, regularmente atendido, repetía la frase que sabía muy bien en ciertos momentos: “Dominus vobiscum” contestaba desde su saber repetir nada más, “et cum spiritu tuo”. 

Desde su ignorancia, le dio un poder de comunicación interno con el Padre Celestial a aquellas palabras. La vida tenía sus inconvenientes y nadie le había dicho cómo comunicarse con el Eterno. El oficio religioso era su camino. Y esas palabras en latín eran lo especial que había captado. Todas esas palabras se referían al Eterno. 

El tiempo pasó y el deseo de comprender la comunicación le fueron cambiando la visión. Sentía en su interior que la relación con el Padre Celestial era algo más que repetir mecánicamente esos extraños rezos. Y la vida y las experiencias llegaron a su encuentro. Empezó a hablar con el Padre Celestial en su lengua familiar, personal, íntima, en la que pensaba y se expresaba. 

Dejó de darle poder a esos ininteligibles rezos. Se dio cuenta de que el poder no estaba en los rezos. Estaba en el poder que en su interior él mismo les había dado desde su ignorancia total. Empezó su conversación con el Padre Celestial desde la naturalidad de su corazón. Un encuentro con un amigo íntimo universal. Su Padre Celestial era inmenso. 

Recogió unos pensamientos que tenía escritos en una hoja. Los leía y los meditaba en el silencio de su habitación. “Ser santo es muy fácil. Se conseguía con los siguientes pasos: 1. Tener un poco de buena voluntad. 2 Darle una señal de asentimiento al Padre Celestial, o darle la bienvenida al Cristo en ti. 3. No hay sacrificios que hacer. 4. Hay que leer libros y comprender el mensaje del Padre Celestial. 5. Ábrele tu corazón con sinceridad. 6. Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti”. 

“6. Cada día, antes de dormir, revisa tu día y da gracias por las bondades y aprende de tus equivocaciones. 7. Procura mantener tu paz en todo momento. 8. Si pierdes tu paz, trata de caminar o correr, aunque sea dando vueltas a tu casa. Es mejor cansarte que herirte a ti y a los demás con tu enfado. 9. Piensa que todas las personas que te rodean son mensajeros del Padre Celestial para tu aprendizaje. 10. Nunca le exijas nada a nadie y sé siempre agradecido. 

Santi revisaba cada día esa hoja antes de dormirse. Le hacía bien ponerse en charla directa con su Padre Celestial. Lo calmaba. Lo llenaba de ilusión. Aprendía e iba caminando en un sendero lleno de hermosas propuestas. Ahora sí que le daba todo su poder a aquellas orientaciones que fueron perfilando y formando su jornada diaria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario