miércoles, abril 12

REDESCUBRIR NUESTRA ESENCIA INTERIOR

Marcos, en varios momentos, había considerado el concepto del verdadero objetivo de la vida. Se veía que estaba viviendo. Observaba que debía seguir su camino, lograr sus objetivos y desarrollarse de forma continua. Todo eso le daba sentido a su vida. Mejorarse también formaba parte del plan. Pero, le faltaba una expresión clara del sentido final de la existencia. 

Esa mañana, temprano, se había puesto a leer aquel párrafo que tocaba ese punto. Se quedó asombrado. Veía que la expresión “Hijo de Dios” se refería al ser humano. La había visto escrita en referencia a Jesús. Él era el Hijo de Dios. Pero allí también se aplicaba a cada persona. El corazón de Marcos latía de forma especial. 

Era cierto que Jesús era el modelo, el ejemplo, de todas las personas. Un ejemplo alcanzaba a todos aquellos que podían llegar a ser como el modelo. Era una buena manera de empezar. Cada un@, era Hij@ de Dios. Era una semilla que germinaba con ilusión, luz, maravilla y una nueva mirada. Debía considerarse a sí mism@ de una nueva forma. 

Dejó que sus ojos y su pensamiento se adentraran en aquellas palabras: “No olvides que sanar al Hijo de Dios es la única razón de ser del mundo. Ese es el propósito que el Espíritu Santo ve en él, y, por lo tanto, es el único que tiene”.

“Hasta que no veas la curación del Hijo como todo lo que deseas alcanzar en este mundo, a través del tiempo y de sus apariencias, no conocerás al Padre, ni te conocerás a ti mismo”. 

“Pues usarás al mundo para lo que no es su propósito y no te podrás librar de sus leyes de apariencia y de muerte”.

“Sin embargo, se te ha concedido estar más allá de sus leyes en todos los sentidos, en cada acción y en cada circunstancia, en cada tentación de percibir lo que no está ahí, y en cada creencia de que el Hijo de Dios puede sufrir dolor porque se considera a sí mismo como lo que no es”. 

Marcos veía claridad, objetivo, concisión, precisión y un rumbo claro y orientado: “el Hijo de Dios”, es decir, cada uno de nosotros, debía curarse a él y a su hermano. Debía curarse de su percepción equivocada. Esa era la raíz de la cuestión. 

Si había una percepción distinta de nosotros mismos, habría un camino para conocer al Padre y a nosotros mismos: “Hasta que no veas la curación del Hijo como todo lo que deseas alcanzar en este mundo, a través del tiempo y de sus apariencias, no conocerás al Padre, ni te conocerás a ti mismo”. 

Marcos repasaba en su mente todas aquellas ideas que debía ir curando en su interior: “Hemos olvidado qué somos. Desde el comienzo del tiempo nos percibimos como entes perecederos, incompletos, desamparados, impotentes, aislados, sujetos a fuerzas extrañas. Al habernos impuesto esas ideas hemos terminado aislándonos y creyéndolas. Pero, realmente no somos eso”, 

Un hermoso camino se extendía delante de Marcos. Ahora estaba claro el sentido de la vida. Debíamos volver con fuerza a esa relación profunda de amor que siempre debíamos haber mantenido con nuestro Creador. El Padre nos está esperando. Nuestra alma lo pide y lo está deseando.

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