Mateo se hundía en esos sueños dorados que aparecían en la mente, pintando parajes, relaciones, personas, medios, colores y sonrisas amables. Sin embargo, recordaba una época de su vida. Diez años que pasaron muy rápido. Diez años que cubrieron etapas. Diez años que forjaron muchas salidas para esa energía joven que corría por sus entrañas.
Por mucho que hubiera soñado, la realidad lo había superado, sobrepasado, dejado de lado, impresionado y estupefacto. La mente se asombraba. Mateo había vislumbrado que los sueños de la mente eran muy muy limitados. Se basaban en lo conocido, en lo repetido, en lo deseado, en lo vivido. Eso se multiplicaba a grados extraordinarios.
Pero la realidad contaba con nuevos aportes, nuevas visiones, nuevas combinaciones que la mente no había vislumbrado. Por ello, los sueños nunca podían prever lo que no conocían, no habían experimentado. Mateo se acordaba de aquellos diez años y no podía sino admitir la maravilla de la realidad cuando todo se ponía en la debida confianza y humildad.
Lo que estaba escrito en las líneas siguientes tenían esas componentes del sueño que la mente no había podido vislumbrar ni imaginar: “No hay nada en todo el universo que no te pertenezca. No hay nada que el Padre Celestial no haya creado que Él no haya puesto amorosamente ante ti para que sea tuyo para siempre”
“Y ningún pensamiento que se encuentre en Su Mente puede estar ausente de la tuya”.
“Su Voluntad es que compartas con Él Su Amor por ti y que te contemples a ti mismo tan amorosamente como Él te concibió antes de que este mundo diera comienzo, y como todavía te conoce”.
“El Padre Celestial no cambia de parecer con respecto a Su Hijo por razón de circunstancias pasajeras que no tienen ningún significado en la eternidad en la que Él mora y en la que tú moras con Él. Tu hermano es exactamente tal como Él lo creó. Y esto es lo que te salva de un mundo que Él no creó”.
Mateo respiraba profundamente. Realmente eran sueños. Y sueños no imaginados por mente humana. “Y ningún pensamiento que se encuentre en Su Mente puede estar ausente de la tuya”. Es difícil imaginar porque hemos bebido durante mucho tiempo de la separación y de la distancia insalvable entre El Padre Celestial y el humano. Pero si cambiamos el segundo nombre, se podría poner entre El Padre Celestial y Su Hijo.
Era demasiado hermoso, maravilloso, extraordinario. Todo lo que estaba en la mente del Padre Celestial estaba en la nuestra. Era demasiado. Era impensable, pero era realidad. El segundo paso en ese sueño: “Su Voluntad es que compartas con Él Su Amor por ti y que te contemples a ti mismo tan amorosamente como Él te concibió antes de que este mundo diera comienzo, y como todavía te conoce”.
Un segundo paso esencial. Cambiar nuestra mirada sobre nosotros mismos. Y no imaginar nuestra mejor mirada. Vivir ese sueño de un Padre Celestial que crea a Su Hijo con todo el amor del mundo que nosotros, en pequeñísima escala, hemos podido desarrollar al tener en nuestros brazos a esos hijos que nos hicieron creadores y plenos de un amor imposible de analizar.
Mateo se quedaba en la oscuridad del ocaso del sol. Las luces tenues de las estrellas se reflejaban en sus ojos. Asentía que no podía imaginar sueños tan hermosos. Admitía que esa luz de estrellas brillando ante él era portadora de nuevos sueños maravillosos imposibles de esbozar, pero posibles de aceptar, comprender y, con inmenso amor, gozar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario