miércoles, abril 19

LA REALEZA ESTÁ DENTRO DE NOSOTROS

Adolfo repasaba en su mente las ideas que había leído en aquella piedra blanca de mármol en Jerusalén, en el Monte de los Olivos. Se detenía en una porción del texto que parecía le llamaba de un modo especial. Lo leía y releía y pensaba: 

Ayúdanos a seguir nuestro camino
Respirando tan solo el sentimiento 
Que emana de ti. 

Nuestro Yo, en el mismo paso, 
Pueda estar con el Tuyo, para
Que caminemos como Reyes y
Reinas con todas las criaturas. 

Que tu deseo y el nuestro sean uno
Solo en toda la Luz, así como
En todas las formas, en 
Toda existencia individual, así
Como en todas las  Comunidades. 

Haznos sentir el alma de la Tierra
Dentro de nosotros, pues, de esta forma
Sentiremos la sabiduría
Que existe en todo. 

Adolfo daba gracias que esta traducción del arameo, clarificaba muchos conceptos en nuestra relación con el Padre Celestial-Madre Celestial. Hacía tiempo que había leído en una autora que las peticiones en forma de imperativos no era una forma mágica de ganarnos la confianza del Padre-Madre Celestial. 

No era algo que se nos daba como un regalo. No satisfacía nuestra condición de personas “buenas”. Era más bien la afirmación de la persona que le indicaba a la Eternidad que había decidido en su interior caminar por ese sendero. Así se alejaba de la magia y de las prácticas equivocadas. 

La idea de: “Ayúdanos a seguir nuestro camino, respirando tan solo el sentimiento que emana de ti”. Era la afirmación de la persona que deseaba caminar por ese sendero. Era la comprensión de la persona de que esa posibilidad estaba dentro de ella. Y así se lo ofrecía y se lo comunicaba. La idea sonaba así: “Queremos seguir nuestro camino, respirando tan solo el sentimiento que emana de ti”. 

Ese sentimiento estaba también en nosotros. Sabíamos que disponíamos de la libertad y que podíamos no seguirlo. Pero, en esa ocasión, le afirmábamos que lo deseábamos seguir. Tener el mismo sentimiento de un Padre-Madre Celestial sabíamos a dónde nos conducía. Era parte de nuestro corazón. Era el centro de nuestros sentimientos. 

En el siguiente párrafo: “Nuestro Yo, en el mismo paso, pueda estar con el tuyo, para que caminemos como Reyes y Reinas con todas las criaturas”. También se veía esa decisión personal que salía de un alma (persona) sincera y con nobles propósitos: “Nuestra forma de ser, en la misma línea, estar con la tuya por nuestra decisión. Así, ya que tú eres un Rey, caminaremos como Reyes y Reinas con todas las criaturas”. 

Una proyección maravillosa del valor de cada ser viviente. Un pensamiento que nos aclaraba que teníamos esa opción en nuestro interior. Si no caminábamos, no era porque tuviéramos incapacidad. Era nuestra propia decisión. 

La fuerza de la voluntad y de los deseos comunes que tenían todos los seres humanos también se armonizaban. “Queremos y decidimos que tu deseo y el nuestro sean uno solo en toda la Luz, así como en todas las formas, en toda existencia individual, así como en todas las comunidades”. Era una invitación que ampliaba nuestros horizontes. Nos hacía universales. 

Por fin destacaba y ponía énfasis en la unidad del universo. “Queremos sentir y deseamos vivir el alma de la Tierra dentro de nosotros, pues, de esta forma, sentiremos la sabiduría que existe en todo”. 

Adolfo gozaba con esos pensamientos. La idea de unidad le hacía abrir los brazos a toda la Sabiduría. Ya no había elementos separados. La Sabiduría era una y se ofrecía con humildad a todo ser humano.

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