Rafa estaba viendo que no era el mismo cuando estaba bajo la presión de hacer muchas tareas y cuando gozaba de paz y de tranquilidad. En el ajetreo de las acciones salían muchas reacciones automáticas. En la paz y en la tranquilidad tenía tiempo para decirle a sus automatismos que esperaran. Tenía tiempo para considerar y se sentía más acertado.
Había decidido hacía tiempo no tomar decisiones importantes bajo la presión del trabajo o las circunstancias. Todas ellas debían pasar por momentos de paz, de tranquilidad, de solaz y de meditación. Entonces se veían los asuntos más claros, más nítidos, con todas sus implicaciones. Era un deleite para la mente verlos con tal luz.
De esos momentos nacían muchos brotes de sabiduría. Y Rafa se complacía porque se identificaba con ellos. También los había descubierto con su cuñado. Cuando su cuñado estaba en paz y reflexivo era una maravilla comentar con él los asuntos de la vida y sus consideraciones. En otros momentos, era imposible la comunicación. Tenían que dejarla.
Estaba leyendo un tema que le exigía su paz y su quietud. Había descubierto que nosotros no nos veíamos a nosotros mismos. Para vernos a nosotros mismos debíamos hacerlo en la relación. Una palabra clave para conocernos: Relacionarnos con todos los demás. Sin relación no nos conocíamos. Cuando a Jesús le preguntaron el resumen de la ley, la resumió en dos tipos de relaciones.
“Amar al Padre Celestial sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”. Desde pequeño siempre las había interpretado como dos obligaciones que tenían las personas. En cambio, ahora, las veía como dos vías de conocimiento. Los eruditos que le preguntaron se quedaron extrañados con la idea de relación. La pregunta era evidente: “¿Quién era nuestro prójimo?”.
Rafa se estaba quedando asombrado. Por primera vez veía que amar al Padre Celestial y al prójimo era una unidad. Una unidad que no podía romperse. Por ello, veía que “el prójimo” era nuestro camino al Padre.
“El recuerdo del Padre Celestial no brilla a solas. Lo que se encuentra en tu hermano todavía contiene dentro de sí toda la creación; todo lo creado y todo lo que crea: todo lo nacido o por nacer; lo que todavía está en el futuro y lo que aparentemente ya pasó. Lo que se encuentra en él es inmutable, y cuando reconozcas esto, reconocerás también tu propia inmutabilidad”.
“La santidad que mora en ti le pertenece a tu hermano. Y al verla en él, regresa a ti”.
Desde su paz y su tranquilidad, Rafa iba viendo un poco más claro. El prójimo era nuestro reflejo. El reflejo de nosotros mismos. Sólo podíamos ver nuestra grandeza si la veíamos en el hermano. Eso nos indicaba que la grandeza estaba en nosotros. Solamente podíamos ver en los demás lo que estaba en nosotros. De ahí la importancia del hermano para vernos a nosotros mismos.
Rafa iba avanzando. Si no era capaz de verla en nadie, tampoco la grandeza estaba en él. Todos pensábamos que los demás eran como nosotros. Y era cierto. Por ello, su mente iba subiendo escalones de comprensión para ver en los demás más allá de lo que le habían enseñado en el camino.
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