domingo, junio 25

A TODO, EL AMOR LE DA SU COLOR

 Daniel había tenido un flash en su mente. Había pasado un cometa de luz de modo sorpresivo delante de sus ojos y su corazón había latido de forma especial. Veía un tanto la diferencia entre la compasión y el amor. La compasión le había llevado a identificarse con los males de las otras personas. 

La ternura se había desarrollado en su interior. La pena había dejado ese poso de dolor por el dolor de otra persona. Un sentimiento de igualdad y de unidad entre ambas almas. Sin embargo, el amor no se fijaba en los detalles difíciles y en los reveses de la vida. 

El amor se centraba en las maravillas de las almas grandes. Toda persona era un alma grande. La mirada cambiaba. El amor proponía otros caminos, otras sendas, otras miradas. Era una vibración especial. No había una mirada superior sobre otra mirada inferior. 

No había un concepto de superioridad frente a otro de inferioridad. El amor sabía que la mirada sobre el otro era la mirada sobre uno mismo. La consideración del otro era la consideración de la misma persona que miraba. Así el amor veía maravillas y nuevos horizontes alados que invitaba a la locura del vuelo conjunto. 

El amor descubría nuevos prados y nuevos colores en la vida. El amor transformaba a la otra persona en una floración de bellas melodías en danza. El amor se dejaba llevar por los pequeños detalles que hacían vibrar el alma. La mirada de amor, la experiencia de amor, la vivencia del amor, veían lo que nadie ni siquiera imaginaba. 

El amor siempre veía luces nuevas en la mirada. El amor siempre compartía trozos de luna enamorada. El amor apoyaba los motivos dudosos del otro. El amor encendía hogueras de pasión llenas de entusiasmo y de superación. El amor nos hacía nuevas personas que a nosotros mismos nos asombraban. 

“¡Cuán justos son los milagros! Pues os otorgan a ti y a tu hermano el mismo regalo de absoluta liberación de la culpabilidad. Tu curación os evita dolor a ti y a él, y sanas porque le deseaste el bien”. 

“Ésta es la ley que el milagro obedece: la curación no ve diferencias en absoluto. No procede de la compasión, sino del amor. Y el amor quiere probar que todo sufrimiento no es sino una vana imaginación, un absurdo deseo sin consecuencia alguna”. 

“Tu salud es uno de los resultados de tu deseo de no ver a tu hermano con las manos manchadas de sangre, ni de ver culpabilidad en su corazón apesadumbrado por la prueba del pecado. Y lo que deseas se te concede para que lo puedas ver”. 

Daniel vibraba en su alma. Descubría en la última frase el poder de nuestras decisiones y de nuestros deseos: “Y lo que deseas se te concede para que lo puedas ver”. Una ley que no éramos conscientes de que se producía en nuestra vida. 

Una ley que operaba en nuestra mente y en nuestro cuerpo. Una ley que nos hacía creadores. Una ley que disponíamos en nuestros pensamientos y en nuestras manos. Deseemos los más hermoso y la hermosura se hará presente en nuestra mirada.

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