lunes, junio 19

SANAR TIENE SUS CAMINOS Y SUS MEDICINAS

Gonzalo veía la cara preocupada de su madre. Su pregunta resonaba en sus oídos. Estaba preocupada por él, por la evolución de la enfermedad en la que estaba sumido. La hepatitis le había varado durante dos meses en casa para poder restablecerse otra vez. 

Su madre sufría porque todos los días le hacía la misma comida. Era un hervido. El médico indicaba que la indisposición del hígado le impedía asimilar los alimentos. Debía cuidarlo. Y estuvo durante tres meses o más comiendo aquella única comida. 

Gonzalo disfrutaba de la comida. Era sencilla. Y, como todas las cosas sencillas, era sabrosa. Su cuerpo la agradecía y la digería tranquilamente durante el reposo que debía hacer después de comer. Volver a recobrar la salud era el principal objetivo. Todo iba según las pautas médicas. 

Pero las indicaciones de Gonzalo eran importantes para su madre. “¿Te encuentras bien? ¿Te vas encontrando mejor?”. Las respuestas positivas le animaban mucho. Veía que su cuidado diario y su preocupación alcanzaban sus objetivos. Momentos de la vida donde la paz, la relajación, la serenidad y la tranquilidad jugaban sus papeles con mucha sabiduría. 

A los dos meses se volvió a reincorporar al trabajo. Los análisis que se hacía iban mejorando. Pero, Gonzalo seguía comiendo aquella comida única todos los días. La paz iba dando fortaleza y confianza a aquel cuerpo. La relación con la madre era estupenda. 

Se quedaba pensando leyendo las siguientes líneas: “¿Es atemorizante sanar? Sí, para muchos lo es. Pues la acusación es un obstáculo para el amor, y los cuerpos enfermos son ciertamente acusadores”. 

“Obstruyen completamente el camino de la confianza y de la paz, proclamando que los débiles no pueden tener confianza y que los lesionados no tienen motivos para gozar de paz”. 

“¿Quién que haya sido herido por su hermano podría amarlo y confiar en él? Pues su hermano lo atacó y lo volverá a hacer. No lo protejas ya que tu cuerpo lesionado demuestra que es a ti a quien se debe proteger de él”. 

Gonzalo sabía que debía perdonarse a sí mismo. La enfermedad había venido por algún descuido y por algunas prácticas no oportunas. Había dejado abiertas las puertas para que el camino de la confianza y de la paz no pudieran obstruirse. Tener un sentimiento de culpabilidad cerraría dichas puertas. 

Era el momento de la sabiduría, de la comprensión, del amor y del perdón. Eran las auténticas medicinas. Gonzalo lo sabía. La respuesta positiva a su madre se basaba en esa paz y en esa confianza que su alma gozaba y la transmitía sin ningún problema al hígado para que realizara su función. 

Se tomaba las medicinas prescritas por el médico, pero no olvidaba las medicinas indicadas por el médico del Cielo.

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