Darío acababa de captar una diferencia entre el cuerpo y el espíritu. Tanto tiempo acostumbrado a verse en el cuerpo, a ver a los demás en los cuerpos, a considerar el cuerpo como elemento destacado de la vida humana, empezaba, por primera vez, a quitarle la importancia al cuerpo.
Recordaba a sus veinte años, al despertarse en su interior la llama del amor por una chica, que esa llama la prendió el espíritu, no el cuerpo. Fue la actitud generosa, sencilla, franca y amigable de una persona abierta a las buenas relaciones. Eso fue capaz de hacerle despertar esa chispa escondida que tenía en su corazón.
Descubrir a su chica fue descubrir los tesoros del corazón. Descubrió el tesoro de su chica y descubrió su propio tesoro al valorar ese gesto tan hermoso que tuvo con él. Le pidió un favor para un amigo suyo. Le pidió un favor que no se hubiera atrevido a pedirle a casi ninguna de las chicas del grupo. Le pidió ese favor porque solamente ella podía ofrecerlo.
Y ese pensamiento se hizo realidad. Ella dijo que sí. Él se sintió pleno. Todo llegó a buen término. Se quedó perplejo. No podía entender cómo pidiendo un favor a una persona para su amigo, le iba a producir tal reflejo en su interior que terminara por cuajar esa llama y la amistad se completara en amor y en proyecto de vida.
Todo un descubrimiento. Y en todo ese proceso, el cuerpo no jugó ninguna función. “Nada de esto es un pecado, sino un testigo de la absurda creencia de que el pecado y la muerte son reales, y de que tanto la inocencia como el pecado acabarán igualmente en la tumba”.
“Si esto fuese cierto, tendrías ciertamente motivos para contentarte con ir en pos de gozos pasajeros y disfrutar de cada pequeño placer siempre que tuvieses la oportunidad. No obstante, en este cuadro no se percibe al cuerpo como algo neutral y desprovisto de un objetivo intrínseco”.
“Pues se convierte en el símbolo del reproche y en la prueba de la culpabilidad, cuyas consecuencias están ahí a la vista, de modo que la causa jamás se pueda negar”.
Descubrir que el mundo del espíritu no es el cuerpo. Descubrir que la llama del amor nació sin el cuerpo. Seguir disfrutando de ese nivel de ternura, aprecio y generosidad que no viene del cuerpo sino del espíritu. Desarrollar esa comprensión universal que nos hace uno a todos. Esos principios no tienen fin. No tienen límites. No tienen sus horas contadas. Son elementos eternos.
Y en esos elementos eternos entramos ya en nuestro tiempo finito. Pero nunca acaban, porque no están en el cuerpo. No los lleva el cuerpo. No los vive el cuerpo. Los hace vibrar ese espíritu que nos hace plenos ya en esta vida y nos hace subir al nivel de la eterna bondad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario