lunes, junio 5

EL ETERNO CALMA LOS CORAZONES SEDIENTOS

Juan estaba feliz y contento con aquellas líneas que estaba leyendo. Sentía que tenía razón ese autor con esos pensamientos. “El Eterno no se complace en vivir en edificios hechos por mano de hombres. El Eterno no se satisface en la riqueza, en la ostentación y en lo imponente. El Eterno se alegra de estar con un alma sencilla y buena que lo admite como su Guía y se funde en su mismo proyecto”. 

A Juan le venía el recuerdo de una pequeña anécdota que le habían contado hacía mucho tiempo. Un joven negro se acercaba cada semana, en el día de adoración, hasta una iglesia. Los componentes eran todos blancos. Todas las veces se repetía la misma conversación. El joven negro quería entrar, pero el portero y los que cuidaban del orden se lo impedían y lo ponían en la calle. 

“No puedes entrar, eres negro y además, no tienes el traje adecuado y la presencia oportuna. Todo eso te descalifica para conocer al Eterno”. El joven, pobre él, no podía solucionar ni el asunto de su tez, ni el asunto económico. Se sentaba cerca de la entrada. Allí lloraba y se quedaba triste y solo. 

Sin darse cuenta, un joven de tez morena marcada se acercaba hasta su lugar y charlaba con él. Le ponía la mano encima del hombro. Lo consolaba y hablaban de sus dificultades que tenían cada día. El joven negro encontraba en aquel hombre una paz que no acertaba a explicar. En momentos pensaba que estaba hablando con el mismo Eterno. 

Pero, se quitaba de inmediato esos pensamientos. Pensaba que el Eterno no podía hablar con un negro y con un pobre sin importancia. Era un alma sencilla a la que nadie le prestaba atención y pocos le respetaban. Así pasaron muchas semanas. Una semana, desesperado ya, entró corriendo en la iglesia y fue capaz de llegar hasta la mitad de ella. Por fin, lo había logrado. 

Pensaba que una vez dentro no se atreverían a expulsarlo. Era la idea que tenía de Jesús. Se equivocó también. Fue cogido por cuatro personas fornidas y lo expulsaron de la iglesia sin dudar. Era una persona indeseable en el interior de la iglesia. Otra vez se vio en la puerta. 

Al llorar y notar la mano sobre su hombro, se atrevió a preguntar a aquel señor moreno de rasgos árabes. 

- ¿Por qué me dais consuelo, apoyo, una mano amiga cuando nadie se ofrece a dármelo? 

- No te preocupes. Te entiendo. Yo Soy Jesús a quien dicen que adoran, pero también a mí, como a ti, me han expulsado. 

“El más santo de todos los lugares de la tierra es aquel donde un viejo odio se ha convertido en amor presente. Y Ellos acuden sin demora al templo viviente, donde se les ha preparado un hogar. No hay un lugar en el Cielo que sea más santo”. 

“Y Ellos han venido a morar en el templo que se les ha ofrecido para que sea Su lugar de reposo, así como el tuyo. Lo que el odio le ha entregado al amor se convierte en la luz más brillante de todo el resplandor del Cielo”. 

“Y el fulgor de todas las luces celestiales cobra mayor intensidad, como muestra de gratitud por lo que se les ha restituido”. 

Juan dejaba que las gotas de lluvia de esas ideas maravillosas cayeran sobre el campo de su alma. Permitía que araran su terreno, quitaran la maleza, lo dejaran limpio, y, con mayor fuerza, floreciera. Ese era el templo más hermoso en el que el Eterno se encontraba con las almas.

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