viernes, junio 23

UNA NUEVA LUZ LO CLARIFICA TODO

Abel nunca se había planteado la función de su cuerpo tal como le estaban proponiendo. Siempre había entendido que había una conexión entre la mente y el cuerpo. Pero, en la práctica, había visto que eran dos elementos que se consideraban por separado. 

La medicina trataba el cuerpo y no se planteaba, muchas veces, para nada, la mente. Las medicinas iban dirigidas hacia una parte del cuerpo para desinflamar, atenuar el dolor, facilitar el paso, y encontrar un rápido alivio a un problema puntual del cuerpo. 

De hecho, nadie hablaba de una incidencia del cuerpo como una consecuencia de una acción de la mente. Era normal considerar el cuerpo como una máquina independiente y autónoma con sus propias leyes. Sin embargo, en los últimos tiempos la medicina y los avances de modernas especialidades iban poniendo en comunicación la mente y el cuerpo. 

Abel se quedó un tanto sorprendido cuando leyó que el cuerpo no enferma. La que enferma es la mente. Y esa proyección de la mente enferma en el cuerpo era la causa de la enfermedad. Las líneas que seguían iban delineando un tanto esa incidencia de la mente en el cuerpo. 

“Un cuerpo enfermo demuestra que la mente no ha sanado. Un milagro de curación prueba que la separación no tiene efectos. Creerás en aquello que le quieras probar a tu hermano. El poder de tu testimonio procede de tus creencias.”

“Y todo lo que dices, haces o piensas no hace sino dar testimonio de lo que le enseñas a él. Tu cuerpo puede ser el medio para demostrar que nunca ha sufrido por causa de él. Y al sanar puede ofrecerle un mudo testimonio de su inocencia.”

“Este testimonio es el que puede hablar con más elocuencia que mil lenguas juntas, pues le prueba que ha sido perdonado.”

Abel se daba cuenta de que el perdón era un cambio de creencias. “El poder de tu testimonio procede de tus creencias”. Observaba que no era lo básico que había aprendido en el perdón. Sin un cambio de creencias, sin un cambio de actitud, sin un cambio de comprensión, el perdón no podía darse ni recibirse. 

Se daba cuenta de que tocaba lo esencial de la vida, lo esencial de la actitud, lo esencia de la existencia. Todo radicaba en nuestras creencias. Las creencias podían cambiarse y nosotros podíamos elegirlas. “El poder de tu testimonio procede de tus creencias”. No quería olvidarlo. Era algo muy grande que había captado. 

Los ojos ven lo físico, lo exterior, lo aparente. El verdadero perdón nacía de la esencia, del interior, de un cambio de creencias. Ese cambio de creencias era lo que facilitaba su expresión y su maravilla de curación.

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