Juan recordaba, con mucho placer, a aquel profesor que tanto le guio en sus pasos por la enseñanza. La sonrisa siempre pronta para todas las personas. Nunca la seriedad le velaba el rostro. Siempre tenía una frase amable para cualquier persona que se cruzara en sus pisadas.
Sabía resaltar una cualidad del día en un adorno, como una cualidad de un trabajo bien hecho. Una felicitación precisa por un logro conseguido. Un comentario de encomio por alguna incidencia. Su mente siempre veía los buenos actos de los demás. A todos llegaba. A todos alegraba en su caminar.
Juan, siempre atento y observador, notaba que no había en su boca ninguna palabra negativa para nadie. Su boca solía expresar las bellas flores del día, las bellas flores de siempre, las bellas flores de las gracias de cada persona. Su presencia animaba a las personas. Su palabra llegaba al corazón sin estridencias.
De una forma tranquila y serena iba dejando caer agua fresca en las tardes calurosas, tazas calientes de hierbas en los fríos días de invierno, fuegos calurosos en los reveses intempestivos de la vida, brazos por los hombros en los ojos alicaídos por los lloros, suaves melodías en sus consejos sabios y llenos de amor, risas compartidas en los logros de todos.
Juan aprendía de su compañero, de su maestro, de su referente cada día: “Los ángeles revolotean amorosamente a tu alrededor, a fin de mantener alejado de ti todo sombrío pensamiento de pecado y asegurarse de que la luz permanezca allí donde ha entrado”.
“Las huellas de tus pasos iluminan el mundo, pues por donde tu caminas, el perdón te acompaña jubilosamente. No hay nadie en la tierra que deje de dar gracias a aquel que ha restaurado su hogar, protegiéndolo así del crudo invierno y del gélido frío”.
“¿Y cómo podrían el Señor de los Cielos y Su Hijo dar menos como muestra de agradecimiento cuando han recibido mucho más?”
Juan trataba de reproducir aquel modelo, aquella actitud, aquella forma de hablar, aquellas palabras de ánimo en cada momento adecuado. Esa alegría se expandía, se reproducía y se vivía en su corazón lleno de melodía y amor. La paz lo acompañaba y la alegría y la felicidad siempre lo seguían.
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