domingo, junio 11

VALORAR NUESTRA INOCENCIA

Sebas dejaba que su mente y sus recuerdos se fueran a los primeros años de su infancia. A esos años donde la confianza, la paz, la seguridad de sus padres, el cariño especial de su madre, los juegos inocentes y las compañías de otros amigos le hacían las delicias en aquellas tardes de verano. 

Tardes tranquilas donde jugaban varios amigos en la entrada de aquellos edificios antiguos, con amplias puertas cerradas con llave. Uno de sus amigos que vivía allí, abría la puerta con su llave y le invitaba a pasar. Intentaban no hacer mucho ruido. El ambiente fresco por no dejar pasar el sol les daba un alivio estupendo. 

Días tranquilos, plenos, deliciosos y sencillos. La inocencia jugaba sus cartas de forma deliciosa. Sebas se fue haciendo mayor. Se quería hacer mayor. Y, sin darse cuenta, hacerse mayor era dejar la inocencia. Ver las intenciones torcidas de los demás y defenderse en muchas circunstancias. No todo era magnífico en el mundo de los adultos. 

Veía que la combinación del mundo adulto con la inocencia de la niñez era el cóctel maravilloso de la vida auténtica. La inocencia, la actitud confiada y serena, la mirada bondadosa siempre despertaba el mismo tipo de respuesta en la persona así considerada. Sebas se decía a sí mismo: “no es tan malo tratar con esa inocencia natural a cada una de las personas”. 

“Cuídate de la tentación de percibirte a ti mismo como que se te está tratando injustamente. Desde este punto de vista, tratas de encontrar inocencia únicamente en ti y no en ellos, a expensas de la culpabilidad de otro”. 

“¿Puedes acaso comprar la inocencia descargando tu culpabilidad sobre otro? ¿Y no es acaso la inocencia lo que tratas de conseguir cuando lo atacas? ¿No será la represalia por tu propio ataque contra el Hijo de Dios lo que buscas? ¿No te hace sentir más seguro creer que eres inocente con respecto a eso, y que has sido una víctima a pesar de tu inocencia?”

“No importa cómo se juegue el juego de la culpabilidad, alguien siempre tiene que salir perdiendo. Y alguien siempre tiene que perder su inocencia para que otro pueda apropiarse de ella, y hacerla suya”.

Sebas entendía que cada persona traía su inocencia a la vida. El mundo adulto trataba de burlarse de nuestra inocencia y de robárnosla. Nos consideraba como niños pequeños inmaduros si éramos nobles, confiados, amables y bondadosos. Teníamos que desarrollar algunos brotes retorcidos. La lucha entre las personas estaba servida. 

Sebas veía que ese no era el camino. Nadie podía robar la inocencia de nadie porque era imposible robarla. Era el tesoro que cada uno traía a la vida. Lo trataba con esmero. Y lo debía cuidar con su pensamiento. “¿No te hace sentir más seguro creer que eres inocente con respecto a eso, y que has sido una víctima a pesar de tu inocencia?” 

Hermoso pensamiento que impedía perder el tesoro más grande de la vida: nuestra inocencia.

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