Enrique había aceptado al paso de los años que, de vez en cuando, debía pasar por una crisis de incomprensión y que debía afrontarla con toda naturalidad. Se había hecho tan familiar en él que cuando se presentaba era como si la estuviera esperando.
No se daba cuenta de que todo lo que se presentaba lo tenía y lo disponía él en su mente, en su cabeza. Había escuchado muchas veces que nosotros creábamos en nuestra mente nuestro futuro y nuestras secuencias de la vida. Se preguntaba cómo él podía hacer todo eso. No lo veía, no lo captaba. A veces, ante su ceguera, dudaba de que esa afirmación fuera cierta.
Sin embargo, todo estaba en nuestra mente. Todo lo que veíamos en los demás era nuestra proyección. Todo lo que nos ocurría eran ideas y actitudes pensadas por nosotros anteriormente. No podíamos ver a nadie. Nos veíamos solamente a nosotros reflejados en todos los incidentes diarios.
La idea de ser creadores de nuestra realidad iba ganando peso en su mente a medida que la luz crecía en su interior. Creíamos que había dos realidades: la de los otros y la nuestra. Pero, en realidad, solamente había una realidad: la nuestra. Eso era cierto en cada uno de nosotros. Una persona feliz veía el entorno feliz. Una persona triste lo veía todo triste.
Una mirada bondadosa veía la bondad. Una mirada desconfiada veía desconfianza. Nuestra proyección crecía y crecía. Eso le daba luz y podía comprender mejor las confusiones que, en ocasiones, se mezclaban en nuestra vida: “El deseo de ser tratado injustamente es un intento de querer transigir combinando el ataque con la inocencia”.
“¿Quién podría combinar lo que es totalmente incompatible y formar una unidad de lo que jamás puede unirse? Si recorres el camino de la bondad, no tendrás miedo del mal ni de las sombras de la noche. Mas no pongas símbolos de terror en tu senda, pues, de lo contrario, tejerás una corona de espinas de la que ni tú ni tu hermano os podréis escapar”.
“No puedes crucificarte solamente a ti mismo. Y si eres tratado injustamente, tu hermano no puede sino pagar por la injusticia que tú percibes. No puedes sacrificarte solamente a ti mismo, pues el sacrificio es total”.
“Si de alguna manera el sacrificio fuese posible, incluiría a toda la creación de Dios y al Padre junto con Su Hijo bienamado”.
Enrique veía con claridad que debía recorrer el camino de la bondad. Lo debía recorrer en su mente y en cada incidencia de su vida. Ese era el camino que le llamaba. Además, le daba tranquilidad porque le quitaba el miedo: “Si recorres el camino de la bondad, no tendrás miedo del mal ni de las sombras de la noche”
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