jueves, junio 29

UNA PERSONA, DISTINTAS ACTITUDES

Mateo no daba crédito a lo que estaba viendo. Desde sus ojos juveniles veía actitudes muy distintas en aquella persona a la que había ido a visitar. Le llevaba una petición de un familiar suyo. Aquella señora, con un aspecto distante, prepotente y poco amable, cogió la nota de mala gana de la mano de Mateo y se dispuso a leerla. 

Entre sus labios se oía el murmullo de descontento y de contrariedad en contra de su familiar. Mateo se preguntaba qué pintaba él en aquel asunto. No sabía nada de lo que pasaba entre ellas. La señora frunció los ojos y dijo en voz alta: “Esta quiere que le solucione yo el asunto. No lo haré”. 

Nada más decirlo, la dueña de la casa bajó a la cocina donde estábamos nosotros y le pidió un servicio a aquella señora. Las palabras cambiaron de súbito en aquella boca. Ahora, con una actitud amable, gentil, de servicio, le dijo que se lo resolvería de inmediato. 

Esos cambios descolocaron un poco a Mateo. Entrevió por primera vez cómo una persona, la misma persona, cambiaba en tan poco espacio de tiempo y se expresaba de forma totalmente distinta. Se preguntaba quién era realmente aquella persona. 

Llamó a su esposo que estaba trabajando en los exteriores y le dijo que deseaba hablar con él. Cuando vino, con una actitud cómplice le pidió un favor y que se lo resolviera de inmediato. Lo necesitaba para resolver el asunto de la dueña de la casa. 

Otro cambio que dejó a Mateo sin palabras. “En una mente escindida, la identidad no puede sino dar la impresión de que está dividida. Nadie puede percibir que una función está unificada, si esta tiene propósitos conflictivos y objetivos diferentes”. 

“Para una mente tan dividida como la tuya, corregir no es sino una manera de castigar a otro por los pecados que tú crees que son tus propios pecados. Y de este modo, el otro se convierte en tu víctima, no en tu hermano, diferente de ti por el hecho de ser más culpable, y tener, por lo tanto, necesidad de que lo corrijas, al ser tú más inocente que él”.

“Esto separa su función de la tuya, y os da a ambos un papel diferente. Y así, no podéis ser percibidos como uno y con una sola función, lo cual querría decir que compartís una misma identidad y un solo objetivo”. 

Mateo pudo ver la división en aquella señora. Tres personas distintas: él, la dueña de la casa, su esposo. Las tres personas entraron en contacto con aquella señora. La respuesta fue diferente con cada una de ellas: “Nadie puede percibir que una función está unificada, si esta tiene propósitos conflictivos y objetivos diferentes”. 

Era una materia pendiente en la vida de Mateo. También él actuaba de la misma forma. También él seguía esa metodología. Era lo natural. Era lo aprendido. Era lo vivido. Una división de propósitos y objetivos distintos. Un jaleo continuo en el interior que quitaba la paz en cada instante donde los conflictos entraban en colisión.

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