Benjamín se debatía en su interior. Se angustiaba por momentos. Descansaba en algunos de ellos. Su cabeza le daba vueltas. La culpabilidad del error que había hecho le atacaba con dureza. Tenía que enfrentarse a su equivocación. No podía dejar de dar la cara. Pero, ¡era tan triste todo!
“Cometer una equivocación no debiera ser tan terrible” pensaba Benjamín. Se animaba a sí mismo repitiéndose la idea de error frente a pecado, la idea de error frente a intencionalidad de hacer daño, la idea de error frente a la idea de condenación.
Recordaba la actitud de Edison cuando se equivocó la vez 999 en su camino para descubrir la luz. Su respuesta se la repetía dentro de sí. Frente a las ideas de fracaso y de condenación de los demás: “Debes aceptar que has fracasado estrepitosamente. Hs fallado 999 veces. ¿Quieres alguna más?”. Edison siempre tenía la misma respuesta: “He encontrado 999 caminos por donde no debo ir”.
Gracias a ese cambio tan sustancial y tan significativo, ahora estamos disfrutando de la luz en nuestros cuartos y en nuestras ciudades. La condenación no ha hecho avanzar a la civilización. La ha entorpecido sobremanera en muchos momentos. Ha culpabilizado. Y se ha cobrado vidas inocentes al servicio de la verdad.
Benjamín se lo repetía con serenidad. Debía reproducir la actitud de Edison frente al error. No debía sentir el peso de la culpa, de la vergüenza y del ridículo frente a nadie. Debía sentirse un investigador de la vida. Así iría conociendo, como Edison, los caminos por donde no debía caminar.
“Ser testigo del pecado y, al mismo tiempo, perdonarlo es una paradoja que la razón no puede concebir. Pues afirma que lo que se te ha hecho no merece perdón. Y si lo concedes, eres clemente con tu hermano, pero conservas la prueba de que él no es realmente inocente”.
“Los enfermos siguen siendo acusadores. No pueden perdonar a sus hermanos, ni perdonarse a sí mismos. Nadie sobre quien el verdadero perdón descanse puede sufrir, pues ya no exhibe la prueba del pecado ante los ojos de su hermano”.
“Por lo tanto, debe haberlo pasado por alto y haberlo eliminado de su propia vida. El perdón no puede ser para uno y no para el otro. El que perdona se cura. Y en su curación radica la prueba de que ha perdonado verdaderamente y de que no guarda traza alguna de condenación que todavía pudiese utilizar contra sí mismo o contra cualquier cosa viviente”.
Benjamín se tranquilizaba. La idea del perdón, de la comprensión, del error y de su superación le llenaba mucho. Le devolvía esa paz que todo lo podía. El verdadero espíritu le entraba por todos sus resquicios. Era una sensación tranquila, serena, maravillosa y fabulosa.
No solamente merecía la pena el perdón por las consecuencias tan maravillosas que traía. El perdón restablecía la verdad, la serenidad y la luz clara de la ciencia en nuestro corazón. Solamente el corazón avezado en el error podía dejar de experimentar ese gozo inmenso de lo auténtico y de lo verdadero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario