Mateo pensaba en su nieto. Era un niño pequeño de unos ocho meses. Con tan corta edad le estaba dando toda una serie de lecciones que le estaban llegando muy hondo. Veía en ese niño el desarrollo de una total confianza en sus padres: tanto en su mamá como en su papá. Era un niño tranquilo. Daba paz a toda la familia.
Desde pequeño siempre había estado unido a su madre. No se despegaba de ella. Como una india, o aborigen de antiguos tiempos, la mamá había decidido criarlo con su cercanía envuelta de un embozo que lo mantenía pegado a su cuerpo. Uno de los miembros de la familia lo tachaba de una experiencia marsupial.
Sentía el cuerpo de su madre. Dormía apoyado en su cuerpo. Siempre la acompañaba. Madre e hijo formaban una unidad continua y constante en su vida. Mamaba cada vez que lo pedía. Era un desarrollarse siguiendo el reloj del cuerpo biológico. Una experiencia especial para estos tiempos modernos donde las costumbres eran tan diversas.
Mateo sabía que la confianza y la seguridad interna eran vitales para su nieto. Si en alguna ocasión lo cogía para tenerlo en los brazos, sabía que debía mirarlo a la cara y decirle en el silencio que su paz y su seguridad estaban garantizadas. El niño reaccionaba muy bien a esas actitudes. Así permitía separarse del cuerpo de la madre y gozar de otras experiencias.
Recordaba un gran maestro que decía que debíamos volvernos como niños para entrar en el Reino de los Cielos. Mateo, con su nieto, descubría que era la total confianza. Cierto autor le había expresado que nacíamos niños y vivíamos esa época de forma inconsciente. De mayores, deberíamos volver a ser niños de forma consciente.
Mateo trataba de desarrollar esa confianza que veía en su nieto hacia su madre en una confianza suya hacia el Eterno. Esa confianza le proporcionaría paz, tranquilidad y seguridad interna. “¿Sería mucho pedir que tuvieses un poco de confianza en aquel que te trae a Cristo para que todos tus pecados te sean perdonados, sin excluir ni uno solo que todavía quisieras valorar?”
“No olvides que una sola sombra que se interponga entre tu hermano y tú nubla la faz de Cristo y el recuerdo de Dios. ¿E intercambiarías Éstos por un odio inmemorial? El suelo que pisas es tierra santa por razón de Aquellos que, al estar ahí contigo, la han bendecido con Su inocencia y con Su paz”.
Mateo se afirmaba en la función de la paz. Debía aprenderla de su nieto. Esa confianza que le brindaba la tranquilidad. Y esa inocencia al ver a todos como merecedores de su sonrisa y de su cariño natural. Ser como niños grandes, conscientes ahora de lo que elegimos. Confianza en el Eterno total. Confianza en el hermano al saber que en él moran Cristo y su Padre Celestial.
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