Benito escuchaba aquella idea sobre la necesidad de la desigualdad entre las clases sociales desde el punto de vista económico con mucha tristeza. Algunos visualizaban esa diferencia desde una prepotencia total. Estaban seguros de que a ellos no les tocaría vivir en la necesidad que experimentaba mucha gente.
Una expresión que sobresalía de la reunión que tocaba los corazones: “Que se fastidien”, dedicada a las clases sociales menos poderosas ponía de relieve la separación total entre las personas. Nadie elegía nacer en ninguna escala social. Nadie podía despreciar o creerse mejor a los demás por los temas económicos.
Era un error y no podía volar por la verdad del universo. Las manos tendidas, las comprensiones desarrolladas y la unión ansiada por todos rompían las barreras de la indiferencia y de la incomprensión. Benito no dejaba que esas ideas se asentaran en la tierra de su corazón.
Su corazón, al igual que todos los demás, latían por la unidad, por la comprensión y por la ayuda. Las ventajas materiales no reportaban ninguna ventaja espiritual y de comprensión eterna. Los primeros bancos en las instituciones religiosas no eran los primeros bancos en la vida auténtica, profunda y duradera.
“¿Quién tiene entonces miedo de sanar? Sólo aquellos para quienes el sacrificio y el dolor de su hermano representan su propia serenidad. Su propia impotencia y debilidad sirven de base para justificar el dolor de su hermano. El constante aguijón de la culpabilidad que su hermano experimenta sirve para probar que él es un esclavo, pero que ellos son libres”.
“El constante dolor que sufren es la prueba de que ellos son libres porque pueden mantener cautivo a su hermano. Y desean la enfermedad para evitar que la balanza del sacrificio se incline a favor de aquél”.
“¿Cómo se podría persuadir al Espíritu Santo para que se detuviese por un instante, o incluso menos, a razonar con semejantes argumentos en favor de la enfermedad? ¿Y es acaso menester demorar tu curación porque te detengas a escuchar a la demencia?
Benito se afirmaba en su idea universal. Se sostenía con mayor firmeza en la curación. No se podía escuchar la desigualdad. Era realmente una demencia. La última frase había resonado en su interior: “¿Y es acaso menester demorar tu curación porque te detengas a escuchar a la demencia?”
La paz emanaba del espíritu de Benito. La paz le rodeaba. La tranquilidad de la verdad universal era aplaudida por el cosmos, por todas las estrellas y por todas las gentes de bien de todas las clases sociales que buscaban el apoyo y la unión. “Maravillosa verdad que nos rodeaba con sus brazos amantes”.
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