Carlos se debatía dentro de sí. No lograba comprender cómo a lo largo de su vida, una serie de discusiones habían surgido con personas a las que quería mucho y la idea básica de tener razón la había hecho prevalecer sobre todo otro motivo. Era una fuerza interna que le impulsaba de acuerdo a sus pensamientos, a su estructura de mente y a la idea de que llevaba la razón.
Llevar la razón – más bien creerse llevar la razón – era un leitmotiv de su vida. Era comprensivo, razonable, apoyador y compasivo. Pero en lo concerniente a tener claro las cosas le podía. Una fuerza interior le dirigía porque no podía aceptar un error en el planteamiento. Su mente se imponía claramente sobre su corazón.
En un ambiente donde la razón era apreciada, valorada, sostenida y adorada, se sentía que era la oportuno. Recordaba allá a lo lejos aquellas clases donde su profesor de psicología le hablaba de la frase que siempre repetía: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”. Frase de Pascal que se estaba abriendo camino entre los adoradores de la razón.
Carlos iba descubriendo a lo largo de su vida que la frase de Pascal era cierta. La fuerza de la razón servía para aplastar, vencer, menospreciar y erradicar al adversario. La fuerza del corazón servía para unir, vibrar juntos, comprender y caminar unidos en el descubrimiento. La fuerza de la razón servía para enfrentar. La fuerza del corazón servía para hacer sentir al humano lo que realmente era: una unión global, hijos del mismo Padre.
“Crees que tu hermano es injusto contigo porque crees que uno de vosotros tiene que ser injusto para que el otro sea inocente. Y en ese juego percibes el único propósito que le adscribes a tu relación. Y eso es lo que le quieres añadir al propósito que ya se le ha asignado”.
“El propósito del Espíritu Santo es que la Presencia de tus santos Invitados te sea conocida. A ese propósito no se le puede añadir nada, pues el mundo no tiene otro propósito que ese”.
“Añadirle o quitarle algo a esa única finalidad es privar al mundo y privarte a ti mismo de todo propósito. Y toda injusticia que el mundo parezca cometer contra ti, tú la has cometido contra el mundo al privarlo de su propósito y de la función que el Espíritu Santo ve en él”.
“Y de este modo, se le ha negado la justicia a toda cosa viviente sobre la faz de la tierra”.
Carlos reconocía que llevar la razón no era suficiente. Era incompleto. Era un error. Aplicar, además de la razón, el corazón, unía a las personas. Una mano amiga, una mirada comprensiva y unos ojos amorosos eran capaces de hacer comprender al otro lo que muchos razonamientos no habían podido lograr.
Lo importante de la razón era la razón compartida, la razón respetuosa y la razón humilde. Toda razón, sin corazón, que no llevara a la unión de los humanos tenía algo de maligna, equivocada y perversa. Toda razón que llevara al enfrentamiento había perdido su razón.
Carlos lo veía claro. Le daba gracias a su corazón que, por fin, había ocupado su lugar en su pensamiento.
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