Marcos se debatía interiormente. No comprendía por qué había hecho tales decisiones y había sido tan osado en decirle a la cara a aquella persona lo que realmente pensaba. Se sintió fuerte en esos momentos. Sin embargo, también sabía que se metía en serios problemas. El ataque siempre tenía una reacción automática de defensa y venganza.
Marcos entendía que, la libertad que anidaba en el ser humano, lo hacía derivar entre dos mitades de su alma. Una mitad de prudencia y de comprensión. Una mitad de sabiduría y de vibración con las otras personas. Pero también había otra mitad de enfrentamiento y de ataque, otra mitad de falta de tacto y descarada.
La libertad vagaba por ambas mitades. En cada momento, en cada ocasión se decidía la mitad que se elegía. Era fruto de la libertad. El ser humano tenía esa característica. No era un animalito siempre previsible en sus reacciones y manifestaciones. Por ello, no debía sentirse mal consigo mismo.
Debía agradecer esa libertad que le ofrecía la mitad escogida para sus decisiones. Así se hacía poco a poco. Así aprendía gradualmente. Así desarrollaba su sabiduría e iba aumentando o disminuyendo una de las dos mitades.
Su objetivo era agrandar una de esas dos mitades para ser uno en sí mismo. Así, por su propia elección iba creándose a sí mismo: “La corrección que tú quisieras llevar a cabo no puede sino causar separación, ya que esta es la función que tú le otorgaste”.
“Cuando percibas que la corrección es lo mismo que el perdón, sabrás también que la Mente del Espíritu Santo y la tuya son una. Y de esta manera, habrás hallado tu propia Identidad. No obstante, Él tiene que operar con lo que se le da, y tú solo le permites operar con la mitad de tu mente”.
“Y así, Él representa la otra mitad, y parece tener un propósito diferente de aquel que tú abrigas y crees que es el tuyo. De este modo, tu función parece estar dividida, con una de sus mitades en oposición a la otra. Esas dos mitades parecen representar la separación de un ser que se percibe dividido en dos”.
Marcos daba fe de que eso era así. Se sentía dividido. Se sentía mal cuando entraban ambas mitades en conflicto. Pero, se sentía bien cuando pensaba que su libertad estaba en la raíz de todo. Se sentía colaborador con su Dios. Se sentía parte de esa divinidad que le había hecho.
Sabía que una de las mitades era divina. Sabía que la otra mitad eran sus ideas de llevar a cabo las cosas sin la influencia divina. Era su cualidad innata. Sabía también que la libertad lo guiaba y la sabiduría le orientaba. Debía enfrentar ese ataque inmaduro que había salido de él.
Su mitad divina le decía caminos para superar el inconveniente. Su mitad personal se oponía. Pero su libertad debía elegir y debía decidir completamente la mitad que debía dirigir su vida en aquella situación. Eso le dio paz. Era natural en sus decisiones.
Marcos eligió su parte divina. Eligió con experiencia, con conocimiento de causa, con su paz, con su amor y con su comprensión. No seguía ningún instinto. Seguía la sabiduría que había ido ganando a través de los años. Y esa seguridad afloraba en esos momentos con total fuerza y claridad. La vida era una oportunidad de sacar, de cada uno de nosotros, lo mejor.