Josué continuaba con su planteamiento de considerar su interior de una manera diferente a como lo había hecho durante todos sus años. Ya no era una sala de juicio condenatorio. Ya no era una sala de miedos, inquietudes, sorpresas, acusaciones, defensas, argumentos, enfados y diatribas internas. La había reemplazado por otro lugar mucho más acertado.
Había instalado en su interior un hermoso laboratorio. Un laboratorio de búsquedas, investigación, probabilidades, experimentación y de enormes deseos de encontrar nuevos caminos. Ese laboratorio le funcionaba. Allí le gustaba encontrarse con sus resultados y con sus experimentos.
Había dejado los ataques, los fracasos, los reveses, las heridas y los sufrimientos. Ahora solo eran probabilidades, posibilidades, caminos que no funcionaban, comprensiones del comportamiento de los diversos metales de la vida que se ponían ante el fuego de la prueba de experimentación. Los resultados siempre eran positivos para indicar el auténtico camino.
Recordaba la anécdota de Edison. En una sala de juicio condenatorio se le había dicho que era un fracaso total. Había fallado 999 veces en su camino para descubrir la luz eléctrica. La respuesta de Edison fue dada desde el laboratorio de su corazón y de su investigación. “Ninguna condenación, ningún fallo, ningún fracaso, solamente he descubierto 999 caminos que no debo volver a transitar. Ellos me han enseñado mucho para poder encontrar el auténtico”.
La luz de nuestras casas nos da testimonio del laboratorio de Edison. No dan testimonio de la sala de juicio condenatorio. Si hubiera sido real el juicio condenatorio y Edison lo hubiera aceptado, la luz no brillaría en nuestras habitaciones. La vida estaba en el laboratorio de las pruebas diarias de la vida.
Josué se situaba en el laboratorio para enfrentar el segundo error que le había mantenido muchos años. El primero lo expuso el día anterior. El cuerpo de los demás siempre había atraído las miradas de todos nosotros. Los cuerpos eran diferentes. Les habíamos dado una personalidad al cuerpo total. Siempre asociábamos la persona al cuerpo que tenía.
Debido a eso, siempre mirábamos a los demás como diferentes a nosotros mismos. Era real, los cuerpos diferían. Pero, el error que Josué descubría en su laboratorio, le dejaba, en aquellos momentos, sorprendido. La conciencia, la fuerza del espíritu y el amor no eran diferentes porque los cuerpos fueran diferentes.
A pesar de la diferencia de los cuerpos, era una fuerza común la que impulsaba a todos los cuerpos. Era el mismo amor que anidaba en cada interior. Era el mismo patrón que daba vida a aquellas personas. Recordaba un momento de su vida cuando se dio cuenta de esa unidad de amor en dos cuerpos diferentes.
Josué, al pedirle un favor a una amiga del club en favor de un amigo, estuvo pensando en el corazón, en el espíritu, de cada joven. No podía pedirle ese favor para su amigo de que bailara con él a cualquier persona. Debía afinar a qué persona podía pedírselo. No todas reaccionarían bien. Cuando encontró con su mirada a la persona que podría entender aquella petición se sintió contento.
No se fijó en absoluto en el cuerpo, en el exterior, en la forma de ir vestida. Se fijó en su carácter, en su corazón, en su espíritu, en su forma de comunicarse. Ello le tranquilizó. Se dirigió a ella. Cuando le pidió el favor, ella reaccionó muy bien. Expuso que a ella no le había pedido, su amigo, bailar. Eso estaba hecho.
Josué se puso contento. Le dijo a su amigo que estaba solucionado. Le dijo la chica que era. El siguiente baile su amigo estaba bailando con ella. Josué se quedó prendado por aquella contestación. Le pareció fabulosa. Ese espíritu conectó con su espíritu. La misma idea de ayudar a su amigo surgió en él y en ella. Una misma actitud se ponía en evidencia.
Esa misma actitud los unió. Eso hizo que Josué se interesara por esa amiga. Un mes más tarde eran novios. Pasados tres meses, un amigo del Club, que había faltado cierto tiempo, se enteró de esa relación. Cuando vio a Josué le felicitó. Le hizo un comentario que dejó a Josué totalmente fuera de lugar. “Has sido un pillo, has escogido a la chica más guapa”.
En su laboratorio Josué repasaba aquellas palabras. Los que no sentían ni vivían el amor se fijaban en lo externo, en el cuerpo, en la apariencia. En cambio, Josué, en todo ese tiempo, no se había fijado en esa apariencia. Lo que realmente le había enamorado era ese interior maravilloso que dibujó en su mente ante la petición de ayuda a uno de sus amigos.
Esa unidad de actitud le hizo dar el paso y trataron de descubrir si existía esa unidad de actitud en todas las parcelas de sus vidas. Así, Josué concluía que la conciencia, la fuerza del espíritu y el amor era una unidad mucho más profunda que la apariencia del cuerpo como elemento exterior. En el laboratorio de sus pensamientos y de su corazón, Josué encontraba la componente real de la maravillosa autenticidad.