Manuel estaba sentado en la terraza de su casa. Hacía buen tiempo. Desde allí se desplegaba hacia arriba la falda de la montaña que dominaba la ciudad. ¡Cuántas veces había subido a la cima de esa montaña! ¡Cuántas veces había saboreado la sensación de abarcar con su vista toda la panorámica!
Conocía esa experiencia y se deleitaba recordándola. En esos momentos, sentado en una hamaca. Un libro entre sus manos. El cielo y la montaña delante de sus ojos. Su mente volaba por los tiempos, por los hechos, por las historias que había aprendido en sus estudios.
Ahora Manuel estaba en una disyuntiva en su vida. Veía doblez en la gente en general. Una línea la marcaba la experiencia del evangelio y otra línea la marcaba la practicidad de los problemas del día a día. Personas angustiadas siguiendo la rutina de las prácticas religiosas.
Una forma de calmar sus conciencias. Creer que, por atender unos servicios religiosos, ya su alma estaba en paz. Así, una cierta tranquilidad recorría los poros de sus almas. Manuel se decía a sí mismo que ninguna práctica religiosa podía sustituir la sinceridad y la honestidad personal.
Ante el despliegue de posibilidades, Manuel buscaba una voz interior que le dijera el camino oportuno para poder enderezar su vida en el sendero de la autenticidad. En muchos momentos, esa voz le había ayudado y le había dirigido.
Ahora, en las decisiones que debía tomar, esperaba la orientación para no equivocarse y no perder la dirección oportuna. Había descubierto un libro donde el protagonista era Jesús. Él mismo hablaba como si se estuviera dirigiendo a cada un@ de nosotr@s.
Manuel agradecía al cielo esa posibilidad. Era como escuchar las palabras de un amigo. Un personaje de la historia hablándonos con toda naturalidad. Y su voz resonaba en el interior de Manuel de un modo vibrante. Su interior le devolvía una afirmación rotunda a esta voz que se manifestaba:
“Dentro de poco me verás, pues yo no estoy oculto porque tú te estés ocultando”.
“Es tan seguro que te despertaré como que me desperté a mí mismo, porque desperté por ti”.
“En mi resurrección radica tu liberación”.
“Nuestra misión es escaparnos de la crucifixión, no de la redención”.
“Confía en mi ayuda, pues yo no caminé solo, y caminaré contigo de la misma manera en que nuestro Padre caminó conmigo”.
“¿No sabías que caminé con Él en paz?”
“¿Y no significa eso que la paz nos acompaña durante toda la jornada?”
“En el amor perfecto no hay miedo”.
“No haremos otra cosa que mostrarte la perfección de lo que ya es perfecto en ti”.
“No tienes miedo de lo desconocido, sino de lo conocido”.
“En nombre de la absoluta confianza que tengo en ti, confía en mí, aunque sólo sea un poco, y alcanzaremos fácilmente la meta de perfección juntos”.
“Pues la perfección simplemente es y no puede ser negada”.
Manuel, lleno de juventud, lleno de vigor, lleno de autenticidad se quedaba sin palabras. Era mucho más de lo que se hubiera podido imaginar. Esto era como encontrarse cara a cara con Jesús y descubrir ese modo de caminar juntos con esa confianza que Él le brindaba.
Manuel veía que era una forma de caminar distinta. No estaba solo en esta senda interior. No se encontraba desorientado en estas decisiones de verdad y de sinceridad que necesitaba. No quería sentir lejos a su Salvador. Ahora lo escuchaba.
Le sorprendía la rotunda seguridad con la que hablaba. El abrazo amoroso de confianza que le otorgaba. El apoyo que le estaba brindando. Era todo lo que su alma necesitaba.
Su mirada se fijaba en la falda ascendente de la montaña. Unas flores salían de la roca como el milagro de la naturaleza para embellecer cada lugar por escabroso que fuera. Manuel se veía en aquellas flores difícilmente asentadas en la pendiente.
A pesar de la dificultad del lugar, las flores se abrían para mostrar a todos los caminantes la belleza que su interior desplegaba. Estaba adherida a la roca, a la montaña, a la potencia de la mole que dominaba la ciudad. Manuel sintió que su confianza estaba horadando la roca de su necesidad interior.
La acogida de Jesús era tan cierta, tan segura, tan placentera que allí donde le permitió poner el pie, Manuel fue construyendo su tierra fértil de entrega para dejarse redimir por el Salvador como Él expresaba: “Nuestra misión es escaparnos de la crucifixión, no de la redención. Confía en mi ayuda, pues yo no caminé solo”.
Esa voz en el corazón de Manuel tenía más profundidad que muchas prácticas religiosas. Eso era realmente ponerse en contacto con el Creador. Manuel se sintió contento, pleno, lleno de paz, abierto a caminar siempre con su Salvador.
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