Sofía estaba con la mirada perdida, ensimismada en ella misma, con esos pensamientos a los que tantas veces acudía. Imágenes que se fabricaba para eludir la realidad que tanto daño le hacía.
De vez en cuando, se tomaba esos ratos de descanso y de huida del exterior para poder recomponer los sentimientos rotos y las inquietudes frustradas que tanta molestia le provocaban.
Sofía se construía todo un mundo en esos momentos. Un mundo hecho a su imagen y semejanza. Un mundo creado con esas relaciones que tanto su corazón buscaba y no encontraba. Le gustaba engolfarse en esas imágenes que creaba.
Allí, perdía la noción del tiempo. La felicidad era suprema. Sentía que todo se deslizaba según le dictaba su alma. Allí todo era una calma y unos sentimientos naturales porque eran los suyos que no podía compartirlos con nadie.
Al menos, en aquellos momentos, podía expresarse tal cual era ella sin ninguna barrera que la limitara. Vivía su libertad con total autenticidad. Su imaginación era despierta, viva, clara y variada. Se sentía renacer, se sentía bien tratada. Se sentía comprendida.
Se sentía ella misma en toda su amplitud. Un gozo de encanto que disfrutaba en sus retiros de la muchedumbre. Al menos, se decía, puedo inventar ese mundo en mi mente y diseñarlo según mis necesidades y mi forma de ser y de entender la vida.
Todo un prodigio de ensueño que la envolvía como una sábana agradable en sus momentos de tensión y que le recordaban lo grande que era ella y lo maravilloso que era mostrarse auténtica.
Reía, sonreía, gozaba, disfrutaba. Miles de gestos aparecían en su cara. Miles de incidencias pasaban por su cabeza. Se inventaba conversaciones y las desarrollaba según sus carencias. Allí se daba todo el calor que necesitaba.
No quería enfrentarse con el fragor de la batalla de la rutina diaria. En esos sueños que se fabricaba se sentía feliz, relajada, comprendida y aceptada. ¡Había tantos elementos de su personalidad que no podía compartir con sinceridad con nadie!
Y, sin embargo, Sofía pensaba en aquellas líneas que tenía delante de sí y que desafiaban esos sueños que se montaba en su cabeza. Ella reconocía que era una huida de la realidad. Ella aceptaba que se creaba mundos de ficción.
Pero, necesitaba tanto el amor, el cariño y la comprensión que no podía dejar de acudir a ellos. Aquellas líneas la interpelaban:
“El mundo que tú percibes no pudo haber sido creado por el Padre, pues el mundo no es tal como tú lo ves”.
“Dios creó únicamente lo eterno, y todo lo que tú ves es perecedero”.
“Por lo tanto, tiene que haber otro mundo que no estás viendo”.
“La Biblia habla de un nuevo Cielo y de una nueva tierra, mas esto no puede ser cierto en un sentido literal, pues lo que es eterno no puede volver a ser creado”.
“Percibir de manera diferente es sencillamente percibir de nuevo, lo cual implica que antes, o en el ínterin, no estabas percibiendo en absoluto”.
“¿Cuál es entonces el mundo que le espera a tu percepción cuando finalmente lo veas?”
“Todo pensamiento amoroso que el Hijo de Dios jamás haya tenido es eterno”.
“Los pensamientos amorosos que su mente percibe en este mundo constituyen la única realidad de éste”.
“Estos pensamientos amorosos son eternos”.
“El mundo real ciertamente se puede percibir”.
“Lo único que ello requiere es que estés dispuesto a no percibir nada más”.
“Pues si percibes tanto el bien como el mal, estarás aceptando lo falso y lo verdadero, y no estarás distinguiendo claramente entre ellos”.
Sofía se daba cuenta de esta afirmación. Ella se creaba su mundo con la percepción de lo bueno, de lo amable, de lo infinito, de lo cordial, de lo duradero y de lo agradable.
Sofía caía en la cuenta de que cuando recibía algún mensaje que ella interpretaba de ataque, realmente no era de ataque. Era la comunicación de que el remitente estaba pasando un mal momento.
Sofía empezó a ver la confusión de los mensajes. Se dio cuenta de que lo maravilloso era no devolver esa confusión. Era enviar una palabra de compresión al remitente para decirle que esa necesidad de amor que mostraba había sido captada y se podía llenar con una palabra amable.
Podía ir trasladando ese mundo que se creaba de bondad y de comprensión a la vida real. La podía aplicar en aquellos momentos para cambiar la situación. Empezó a sentir que era una parte de todos los que la rodeaban. Y ella, también, debía colaborar en crear una atmósfera respirable.
Los mensajes confusos eran eso, mensajes confusos. Lo importante era aceptar que todas las personas eran como ella. Todas necesitadas de una mano amiga, de una mano amable, de una mano tierna y de una mirada cristalina.
Sofía daba gracias al Eterno por poder encontrar a su alrededor ese mundo que ella ansiaba. Su percepción había cambiado y su eternidad había empezado.
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