Andrés no entendía cómo, después de tantos años de conocer a su esposa, podía haber tenido un enfrentamiento con ella tan fuerte y tan decidido. No tenía ninguna explicación. En su corazón había muchos hermosos recuerdos y muchas ocasiones de gratitud hacia ella.
A pesar de la ayuda mutua que los dos se habían prodigado, las posiciones estaban muy distantes, muy delimitadas y con una energía negativa muy intensa. Todo el amor se había vuelto rechazo con la misma intensidad.
La cercanía y la intimidad magnificaban esta ocasión. Un entorno que no recibía el beneficio del respeto hacia el otro por la corta distancia en el que se desarrollaba. Los dos estaban pasando malos momentos.
Notaban que la energía, que los envolvía y les daba alas en sus vidas, se volvía negativa, en contra, enfrentada y dispuesta a la lucha. Y era fuerte. Era como un dique de contención en la experiencia de cada uno de ellos.
Los dos en sus barreras. La distancias se palpaban. Andrés sabía que aquello debía ser pasajero. Su amor era intenso y les había conducido siempre por las mejores veredas. Se preguntaba cómo era posible que con ese amor el ego fuera tan fuerte en esos momentos.
El silencio se instaló entre los dos. Al día siguiente, Andrés notó que no había descansado. Su mente estaba pensando bien. Pero, debían encontrar el camino de vuelta y superar la diferencia de opinión que se había erigido en disputa.
Andrés esperaba la ocasión, el momento, para restablecer la comunicación y el normal fluir de la energía. Sabía que detrás del enfado yacía, en el fondo de los dos, una petición de cariño, de comprensión, de ayuda y de apoyo. Y Andrés no dudaba de él, ni dudaba de ella.
A la mañana siguiente, los dos estaban tranquilos, vacíos por la falta de fluidez en las energías entre los dos. Un simple detalle rompió el silencio impuesto y los dos, con claridad, se dijeron la inutilidad de ponerse tensos el uno con el otro. Eso no tenía sentido en sus vidas.
Sin embargo, Andrés notó la fuerza del ego en su interior en algunos momentos. Terminó siendo vencido. Recordaba la reflexión que hacía poco había leído:
“Cada vez que te enfadas con una persona, por la razón que sea, crees que tienes que proteger el ego, y que tienes que protegerlo atacando”.
“Si es la otra persona la que ataca, estás de acuerdo con esta creencia; si eres tú el que ataca, no haces sino reforzarla”.
“Recuerda que los que atacan son pobres”.
“Su pobreza pide regalos, no mayor empobrecimiento”.
“Tú que podrías ayudarles, estás ciertamente actuando en forma destructiva si aceptas su pobreza como propia”.
“Si no hubieses invertido de la manera en que ellos lo hicieron, jamás se te hubiera ocurrido pasar por alto su necesidad”.
Andrés reconocía que este texto le había ayudado mucho. No atacó a su esposa con frases de menosprecio ni de ligereza expresiva. Sabía que era solamente un elemento de desconcierto entre sus dos egos.
La fuerza del choque sacó las chispas oportunas. El silencio se encargó de ir disipándolas poco a poco. No se hirieron inútilmente. Solo quedaba quitar la nube que les ocultaba el sol de sus cotidianos días. Los dos se sentían ricos en generosidad, amor y entrega.
Unas palabras de comprensión. Unas sonrisas de encomio. Un abrazo de cariño siendo conscientes de la fuerza de su amor. Todo retornó a su espacio con la entrega, la generosidad y la comprensión.
Ante tal cantidad de energía que se puso en movimiento, los dos fueron conscientes de la fuerza de su unión. Una discrepancia no podía resolverse desde el baluarte de la defensa.
No había nada que defender. Todo estaba en su lugar. Nadie tenía realmente nada que proteger y atacar. Era bueno saberlo y decírselo, una vez más, a su ego. No tenía nada que hacer en sus vidas. El amor era su maravilla.
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