Jorge vio unas letras escritas en grande sobre la pared de un edificio en construcción: SÓLO TÚ PUEDES PRIVARTE A TI MISMO DE ALGO. Le llamó poderosamente la atención. Se acercó a leer aquella hoja que alguien había dejado pegada allí para curiosidad de las paseantes.
Nunca había tenido ese planteamiento. Siempre la vida le había enseñado que otros, en muchos momentos, y las dichosas circunstancias, le habían privado de muchas cosas que su alma ansiaba y necesitaba.
Una vez que la frustración se presentaba, se producía un vuelco en su interior, emocionalmente hablando. Los reveses le afectaban de manera especial. Fuerte de carácter, fuerte de sentimientos.
Jorge se esforzaba. Aquello que dependía de su esfuerzo, de su empeño, de su responsabilidad, trataba de poner su energía e interés para conseguirlo. Lo que no dependía de él, siempre se quedaba a la expectativa de las circunstancias.
Éstas no siempre se acoplaban a sus aspiraciones y a sus deseos. Pero, había que aceptarlas. Cambiar la mente. Pasar la hoja. No se podía hacer nada. Llegado a este momento de comprensión, Jorge enfilaba el nuevo horizonte y, los nuevos planteamientos, con disposición abierta.
Aquella frase le sorprendía sobremanera. Quería saber más. Siguió leyendo:
“No resistas este hecho, pues es en verdad el comienzo de la iluminación”.
“Recuerda también que la negación de este simple hecho adopta muchas formas, y que debes aprender a reconocerlas y a oponerte a ellas sin excepción y con firmeza”.
“Este es un paso crucial en el proceso de ser consciente y despertar”.
“Las fases iniciales de esta inversión son con frecuencia bastante dolorosas, pues al dejarle de echarle la culpa a lo que se encuentra afuera, existe una marcada tendencia a albergarla dentro”.
“Al principio es difícil darse cuenta de que esto es exactamente lo mismo, pues no hay diferencia entre lo que se encuentra adentro y lo que se encuentra afuera”.
Jorge veía que tenía una cohesión profunda lo que estaba expresando. La privación de algo llevaba consigo la culpa. Bien culpar a alguien por ello, bien culparse a si mism@. La culpa era un ataque proporcional al deseo. Mucho deseo, ataque grande. Poco deseo, ataque pequeño.
Jorge recordaba los ataques que había llevado a cabo contra algunas de las personas que conocía por creer que ellas le habían impedido alcanzar sus deseos. Se decía a sí mismo que tenía razón. Y con esa razón en su mente y en su corazón el ataque estaba servido.
Además Jorge se sentía respaldado por su intelecto. Pero, la nueva consciencia que estaba naciendo en él, le decía que se estaba doblemente equivocando. El ataque no debería haber aparecido.
No estaba nada mal aquel escrito solitario en aquella pared del muro. Siguió leyendo y pensando:
“Si tus hermanos forman parte de ti y los culpas por tu privación, te estás culpando a ti mismo”.
“Y no puedes culparte a ti sin culparlos a ellos”.
“Por eso la culpa tiene que ser deshecha, no verse en otra parte”.
Este planteamiento le estaba rompiendo sus esquemas. Nunca lo había considerado así. Nunca se lo habían planteado de esa manera. Jorge había deducido su forma de ser con su intelecto. Ahora con esta aclaración veía con mayor claridad que la culpa, como indicaba, debía ser “des – hecha”.
La culpa, tal como se presentaba, no llevaba a ninguna parte. La consecuencia de la culpa era la ruptura de relaciones con los demás, alteraciones de relaciones con los demás y, finalmente, ponía el hacha de guerra dentro de un@ mism@. Realmente un arma mortífera sin paliativos.
Jorge empezaba a ver la trascendencia de la culpa en su corazón, en su vida, en sus recuerdos, en sus experiencias y, en los momentos de dureza y aislamiento, vividos en algunos episodios.
Las frases finales quería grabarlas en su corazón. No deseaba olvidarlas y cogió un papel de su cartera y las escribió con mucho cuidado:
“Cristo está en altar de Dios, esperando para darte la bienvenida como Hijo de Dios”.
“Pero ven sin ninguna condenación, sin ninguna culpa, pues de lo contrario, creerás que la puerta está atrancada y que no puedes entrar”.
“La puerta no está atrancada, y es imposible que no puedas entrar allí donde Dios quiere que estés”.
“Pero ámate a ti mismo con el Amor de Cristo, pues así es como te ama tu Padre”.
“Puedes negarte a entrar, pero no puedes atrancar la puerta que Cristo mantiene abierta”
Jorge veía la trascendencia de la primera frase que le había atraído la atención. Somos nosotros al no saber manejar la frustración y la culpa los responsables de nuestra privación.
Jorge sacaba de ese escrito una gran lección. Ya se acabaron las culpas. A nadie, ni siquiera, a sí mismo. La culpa era el obstáculo que no había sabido manejar. Ahora, con claridad, veía que ese obstáculo no representaría una normalidad en su vida.
La culpa sería deshecha en su mente. La culpa sería borrada de su pensamiento. La culpa ya no tenía razón de ser. Y, sin culpa, podía entrar por la puerta que Cristo mantenía abierta.
Jorge se sentía liberado. Siguió su paseo. Era otro hombre. Otra persona. Otro ser. Sus pasos, más ligeros. Su mirada, más profunda. Su horizonte, más amplio. Su decisión, más rotunda.
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