martes, junio 21

CRIATURA, MIEDO, LIBERACIÓN

Clemente se había despertado esa mañana. Durante la noche había tenido unas cuantas pesadillas que le habían impedido descansar, relajarse. Sentir ese estado de recuperación tan satisfactorio en esos momentos.

Empezó a recordar todo lo que le había sucedido el día anterior. Sabía que el origen de sus sueños estaba en los sucesos del día. Y fue repasando en su mente, una por una, esas ideas que le habían angustiado. Clemente sabía que, cuando la realidad no se ajustaba a sus expectativas, estos sueños venían. 

Veía que, en el espacio, la línea de sus expectativas no pasaba por la línea de lo que le daba la vida. Se sentía fuera de sí, contrariado, molesto y, en cierto modo, un tanto frustrado. 

Una barra interior le dirigía en sentido contrario. Un peso en su pecho ponía la sensación incómoda y molesta. Cierta presión en el cuello le dificultaba un poco la respiración. Todo en su cuerpo se ponía de acuerdo para recordarle la falta de relajación durante el sueño. 

Clemente luchaba en su mente por no darle importancia. Quería superar pronto la contrariedad. El día se abría y quería experimentarlo con toda su potencia. Sin embargo, la lucha continuaba, continuaba. No lo dejaba. 

Clemente no encontraba lógica que lo ayudara. Se sentía un tanto perdido en sus sensaciones con su cuerpo. Sabía, con claridad, que eran los pensamientos que había tenido el día anterior. Reconocía que no los había resuelto. 

No puede dejarse nada abierto. A la cama se debe ir con todas las ideas bien cerradas en su mente. Cada cosa tenía su tiempo, su oportunidad y su momento. El sueño era prioritario. Pero, Clemente, otra vez, cayó en la trampa de no disipar la angustia de aquel pensamiento que le atosigaba. 

Se preguntaba por qué tenía que sentir esa angustia. Todo estaba bien. Sabía enfrentar la situación sin problemas. Necesitaba la paz. La paz de la mañana no le venía como quería, como necesitaba. 

Se preparó el desayuno. Se calentó la leche. Se hizo las tostadas. Su mente estaba dividida entre sus acciones y sus pensamientos del día anterior. Sus automatismos funcionaron. Aunque su mente no estaba enteramente en la preparación del desayuno, sus manos y su cuerpo ya sabían sus movimientos. 

Aparentemente no le pasaba nada. Dentro de él, bullían las ideas y las sensaciones. El miedo y la energía optimista danzaban en una melodía extraña. Quería alejar una y quedarse con lo positivo del día. 

Comía absorto. Unos gestos mecánicos se instalaron en su proceso de ingerir su desayuno. Una idea le vino muchas veces a su horizonte: “hay que solucionarlo, hay que encontrar la solución”.

Terminó el desayuno. Recogió el plato, la taza, la servilleta. Cada cosa a su sitio. Cada pensamiento por un lado. Pero, sus ojos, fijos en lo que hacía, revelaban que estaban ausentes, muy ausentes. 

Clemente, sin apenas darse cuenta, se dirigió a su habitación. Se sentó en su mesa. Abrió su libro de lectura y al pasar la mano por la página se encontró con este párrafo que le hablaba: 

“Criatura de Dios, no entiendes a tu Padre”. 

“Crees en un mundo que arrebata porque crees que arrebatando obtienes lo que quieres”. 

“Y esa percepción te ha costado perder de vista el mundo real”. 

“Tienes miedo del mundo tal como lo ves, pero el mundo real sigue siendo tuyo sólo con que lo pidas”. 

“No te lo niegues a ti mismo, pues únicamente puede liberarte”. 

“Nada que proceda de Dios puede esclavizar a Su Hijo, a quien Él creó libre y cuya libertad está al amparo de Su Ser”. 

“Bienaventurado tú que estás dispuesto a pedirle la verdad a Dios sin miedo, pues sólo así podrás aprender que Su respuesta es la liberación del miedo”. 

Clemente sintió una relajación interior que necesitaba. No podía continuar con ese peso que le habían dejado las pesadillas de la noche. Había interpretado mal las percepciones que había recibido. 

Había considerado muy amenazadoras las palabras de esa persona hacia él. Ahora se daba cuenta que, desde el punto de vista del consejo divino, no tenían más allá esas palabras que dichas en un momento de tensión. Nada más que una emoción frustrada, no contenida. 

Clemente debía haber mirado el núcleo del cual procedía esa reacción. Eso lo hubiera cambiado todo. Le agradecía al Eterno la caricia de comprensión que le dirigía. Le había encantado la primera frase: “Criatura de Dios”. 

Las palabras que seguían no tenían ningún desperdicio: “no entiendes a tu Padre”. La noche anterior debía haberse puesto en comunicación con su Padre celestial. Él le hubiera dado la visión de esa amenaza que recibió. La hubiera entendido en su realidad. 

Clemente admitió que se había cegado. Se había encerrado en sí mismo. Sentía ese miedo irracional que paraliza todo movimiento. Creía que podría solucionarlo todo. 

No era así. Unas palabras de cariño llenas de comprensión tocan elementos internos que no toca la razón. Se repitió a sí mismo: “pide la verdad a Dios sin miedo”. Darse cuenta de que es uno el que se cierra para obtener la solución fue doloroso. 

Clemente no quiso contar ayer con la presencia divina. Ahora concluía que no debía repetir esa actitud. La respuesta divina era su liberación: “así podrás aprender que Su respuesta es la liberación del miedo”. 

Clemente miró a través de su ventana. Sus ojos dirigidos hacia el cielo. Su mente fija en su Padre Celestial. Sus pensamientos aquietados. 

La confianza sonriente. Su cuerpo relajado. Todo funcionaba otra vez con la energía del día. Levantaba su luz. Le invadía su alma. ¡Bendita unión esa mañana!

No hay comentarios:

Publicar un comentario