jueves, junio 16

LUZ, COMPRENSIÓN, ACIERTO

Sergio estaba mirando a través de la ventana de su habitación. Su mesa estaba delante. Sentado, un libro abierto, unas líneas subrayadas, indicaban el campo de sus pensamientos. Era algo nuevo lo que subía a su mente.

Desde pequeño siempre le habían llegado las historias de los evangelios. Los relatos de los diversos hechos de Jesús. Siempre interesantes, siempre novedosos. Había escuchado muchas interpretaciones de ellos. 

Sin embargo, esa tarde, con la claridad del sol en su apogeo, una luz se encendía en su cerebro. Un pensamiento iba y venía. Se ponía a su alcance y se dibujaba algo nebuloso al principio, pero que, de pronto, se hacía luz en sus células y en su energía. 

Todo el relato de los evangelios no era más que el funcionamiento de la vida interior. Cada persona que se asomaba a la lectura se veía reflejada en ella. Sergio captaba que no podía interpretar las historias como incidentes del pasado. 

Era un libro tremendamente espiritual. Era un libro dedicado a las fibras más sensibles del ser humano. No podía quedar relegado a unos incidentes que ocurrieron algo más de dos mil años, en un lugar concreto. Sergio veía que no podía alejar de su vida, de su pensamiento, la interpretación que tenían. 

La lucha que reflejaban los escritos era un enfrentamiento entre el amor y el ego. Los dos campos reflejados en los pensamientos de cada persona. Sergio empezó a olvidar la geografía de los escritos, el tiempo de los escritos. Cada tema que tocaba se refería a alguna actitud suya en su vida. 

Sergio vio, por primera vez, la forma de superación del ego. A pesar de la condena de los demás de su buen hacer, Jesús no se revolvió, no se rebeló, no los atacó, no los maldijo. Sólo palabras de comprensión salieron de sus labios. “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. 

Y se dejó llevar con tranquilidad a través de su muerte. Sabía que ese era el camino para superar la contrariedad. Sabía que ese era el camino que lleva al desarrollo del amor en la eternidad. El ego quedaba vencido y superado. Y pasados tres días resucitó porque el amor nunca deja de ser.

Sergio miraba con una nueva luz estos episodios. Se daba cuenta que en su interior anidaba el ego con su fuerza irresistible. Pero, con el episodio de la muerte de Jesús, veía el proceso de la muerte de su ego. Creía, como Jesús, en el poder del amor. 

Creía, como Jesús, en el poder del perdón. Creía, como Jesús, en el poder de la comprensión. Sergio entendió que su ego debía morir de la misma manera que murió Jesús: sin atacar, sin rebelarse, sin gritar su inocencia, sin maldecir, sin proyectar su furia sobre los demás. 

La resurrección a una nueva vida sin ego era su apuesta y su total confianza. Sergio vio con claridad esta lucha en su interior. Y el poder de la resurrección abría una nueva fuerza desconocida hasta entonces. ¡Cuánta equivocación! – pensaba. 

Sergio veía que había perdido el tiempo interpretando la historia como cosa del pasado y con unos personajes de un tiempo y un lugar. Sin embargo, se dibujaban como el camino de superación del escollo más imponente en su vida: el ego que le había jugado tantas malas pasadas. 

Las líneas subrayadas en su libro decían así: 

“Yo soy tu resurrección y tu vida”. 

“Vives en mí porque vives en Dios”. 

“Y todos tus hermanos viven en ti, tal como tú vives en cada uno de ellos”. 

“¿Cómo ibas a poder, entonces, percibir indignidad en un hermano sin percibirla en ti mismo?”. 

“¿Y cómo ibas a poder percibirla en ti mismo sin percibirla en Dios?”

“Cree en la resurrección porque ésta ya se ha consumado, y se ha consumado en ti”. 

“Esto es tan cierto ahora como lo será siempre, pues la resurrección es la Voluntad de Dios, Quien no sabe de tiempo ni de excepciones”. 

“Pero no hagas excepciones, o, de lo contrario, no percibirás lo que se ha consumado para ti”. 

“Pues ascendemos hasta el Padre juntos, como fue en un principio, como es ahora y como será siempre, pues ésa es la naturaleza del Hijo de Dios tal como su Padre lo creó”. 

Sergio se quedó envuelto en esa ráfaga de luz en el que se había metido su pensamiento. Todo había cambiado en su percepción. Cada incidente de la historia de los evangelios tocaba un incidente de su alma y de su pensamiento. Y la solución propuesta era el camino de superación y de logro. 

Sergio siguió mirando el horizonte a través de su ventana, con paz, con aplomo, con una sensación de infinito, con un silencio que le envolvía y con una nueva luz en sus ojos que miraban, asombrados, todo lo que ahora veían.

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