Santiago estaba en su habitación a las doce menos diez de la noche. Había tenido en el día un incidente muy desagradable. Cierta persona había lanzado, en una reunión, una información no cierta sobre él. Eso le preocupó mucho a Santiago.
Estaba totalmente desconcertado. El señor, que había lanzado esa información al grupo, ni siquiera había tenido el detalle de comunicárselo a él en persona. Era lo que él hubiera hecho. Antes de exponer algo públicamente, al primero que se le debe decir es a la persona implicada.
Al día siguiente, continuaba la reunión y esperaba, de un modo u otro, que la información quedara desmentida y aclarada. Santiago veía que se había atentado contra su honor y contra su honestidad. No lograba entender por qué había sucedido.
Preocupado, inquieto, falto de paz, estaba totalmente desvelado. Viendo que no iba a dormir, le abrió el corazón al Eterno: “Tú sabes, Jesús, que esta noche no voy a dormir. Ya sabes lo que ha pasado y cómo me encuentro. He perdido la paz”.
Dejó pasar varios minutos. Se encontraba en comunicación en su mente. Su corazón noble y sincero se expresaba sin limitaciones. No podía hacer otra cosa.
En ese proceso, una idea se coló entre las suyas y le dijo: “Devuélvele la paz a esa persona”. Santiago se revolvió de inmediato. No lo entendía. Le dijo a su Señor que era ese señor el que le había quitado la paz a él. ¿Tendría él que devolvérsela?”.
Los primeros instantes fueron de confusión. La tranquilidad regresó y una reflexión justificó esta propuesta. Santiago reconocía que ese señor no estaba pasando sus mejores momentos. Una persona en paz y con tranquilidad nunca habría lanzado esa información en público.
Una segunda ocasión, la misma voz se le volvió a colar en su interior: “Devuélvele tú la paz”. Ahora, Santiago estaba más preparado. Un halo de comprensión nació en su corazón. Algo pasaba en la mente de ese señor y había que curarla.
Se daba cuenta de que tenía razón. Una tercera vez, se le volvió a colar la voz para repetirle las mismas palabras. Santiago comprendía, ahora sí, toda la profundidad de la propuesta. Le devolvía la paz a esa alma atormentada.
Se olvidó del ataque, se olvidó de la sorpresa dolorosa. Se centró en ese señor con todo el cariño de su corazón. Nada podía quitarle la paz que le otorgaba su Señor y la propuesta que le hacía. En un acto de comprensión, Santiago le devolvió la paz.
Santiago se durmió de inmediato. Por la mañana, al despertarse, se quedó totalmente asombrado. De una noche prevista como difícil y en vela, había pasado una noche tranquila y con un total descanso. Santiago le daba gracias a Jesús por tal oportuna propuesta.
“Sólo hay una forma sensata de interpretar motivos”.
“Y por tratarse del Espíritu Santo, no requiere esfuerzo alguno por tu parte”.
“Todo pensamiento amoroso es verdadero”.
“Todo lo demás es una petición de ayuda y de curación, sea cual sea la forma que adopte”.
“¿Cómo puede estar justificado reaccionar con ira ante la súplica de un herman@?
Ninguna reacción podría ser apropiada, excepto estar dispuesto a ayudarle, pues eso, y sólo eso, es lo que te está pidiendo”.
“Ofrécele cualquier otra cosa, y te estarás arrogando el derecho de atacar su realidad al interpretarla como mejor te parezca”.
“Tal vez no esté completamente claro para ti el peligro que esto supone para tu propia mente”.
“Si crees que una petición de ayuda es otra cosa, reaccionarás ante esa otra cosa”.
“Tu reacción, por lo tanto, será inadecuada a la realidad tal como ésta es, pero no a la percepción que tú tienes de ella”.
Santiago estaba contento porque entendía, por propia experiencia, que esa idea de devolverle la paz a ese señor era una petición de ayuda. También captó la ayuda que se dio a sí mismo al no darle otra interpretación.
La noche había sido placentera. Eso se lo debía a la propuesta de esa voz que se coló en sus pensamientos. Le devolvió la paz que le pedía. Y se la devolvió también a sí mismo. Toda una maravilla del Padre.
Al día siguiente, antes de entrar en la reunión, en un pasillo estrecho, se encontró con ese señor. Le ofreció la mano. Ese señor, que no lo esperaba, le dio la mano pero se arrepintió en el proceso y la retrocedió hacia atrás. Santiago le buscó la mano.
Con el apretón y con su mirada, le dijo que le devolvía la paz que tanto necesitaba. Santiago aprendió que hay muchas maneras de pedir ayuda y estaba de acuerdo con esa línea que decía: “Todo lo demás es una petición de ayuda y de curación, sea cual sea la forma que adopte”.
Santiago, una vez más, se congratulaba de lo grande que era el amor, lo grande que era la comprensión, y lo grande que era Jesús que, con esa voz que se coló en su interior, le hizo el regalo de tan gran sabiduría.
Al siguiente día, con todos los ánimos sosegados, Santiago vio como esas palabras inexactas quedaron aclaradas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario