A Martín le costaba entender la influencia de las otras personas sobre uno mismo. Era un muchacho con muchas cosas claras, con muchos ideales y con una fuerza interior bastante fuerte.
Siempre que le hablaban de las malas influencias, en su interior, decía que se debía a la debilidad de las personas. Él no se consideraba una persona débil en ese campo. Tenía unos conceptos muy claros y no se dejaba influir fácilmente por las otras personas.
Había decidido no fumar desde joven. En sus primeras experiencias notaba que su cuerpo se oponía. Decidió que no obligaría a su cuerpo a aceptar algo que no le reportaba ningún bien. No necesitaba fumar para demostrar nada. El aspecto social no le afectaba. Su salud era prioritaria.
Se sorprendía al conocer los estudios económicos que se hacían sobre el consumo de tabaco. Muchos fumadores se habían quemado el valor de una o dos casas con su gasto diario. Una frustración, pensaba Martín, en su salud y en su poder adquisitivo.
Pero Martín era un alma noble y sincera. Ahondando en dos experiencias que tuvo en el servicio militar obligatorio, entendió la influencia del grupo a la hora de tomar sus decisiones. Comprendió, con estas experiencias, que el valor de su elección era prioritario para desarrollar sus mejores capacidades.
En una ocasión, iba en formación con su compañía, caminando a paso normal, por una de las calles de su ciudad. Cada soldado con su fusil, con su ropa militar, con sus botas y con su gorra que los hacía a todos igual. No había diferencia entre ellos en la apariencia.
Se acercaron a un puente. El ancho de la calzada se estrechaba. Una señorita elegante, guapa, serena, tranquila, venía en dirección contraria por la acera del otro lado. Algunos compañeros militares empezaron a magnificar la presencia de dicha señorita.
Otros fueron algo groseros. El grupo se enardeció y un sonoro Uhhhhhhhhhhhh con tintes lascivos salía de esas gargantas jóvenes sobre esa señorita en plan intimidatorio. Martín colaboraba en esa manifestación uniendo sus sonidos y los gestos del grupo.
Al rato, Martín se dijo a sí mismo que era un impresentable. Su opinión siempre había sido de respeto frente a una señorita. Tenía un alto concepto de las jóvenes. Además aquella se veía una señorita preciosa, prudente y discreta. No llamaba su atención por ninguna estridencia.
Reconoció que el grupo le había afectado. Le había quitado el muro de contención que siempre tenía en estas situaciones cuando iba solo o en compañía de sus amigos. El valor del sonido del grupo lo abrumó.
La actitud de todos los que le rodeaban lo contagió. Se vio inmerso en una ola emotiva que lo arrasó. Le quitó la libertad. Y eso lo confundió y le mostró una vulnerabilidad que creía que no tenía.
Entonces captó que sus comentarios internos sobre la debilidad de otros no eran comprensivos con lo que realmente ocurría. Él también sentía la fuerza del grupo y su poder de convicción ante una conducta no admitida en su interior bajo ningún pretexto. Se quedó superado por la situación del momento.
Y no quedó solamente en ese incidente. Otra oportunidad se presentó. En el último trimestre de su servicio militar obligatorio, un día estaba desayunando en un bar con el grupo de cabos primero.
Todos habían realizado los cursillos, las pruebas físicas y habían alcanzado esa categoría. Eran un grupo muy amigable. Disfrutaban de su amistad. Cuando terminaban su desayuno, entró un soldado de su compañía.
Una cierta persona fanfarrona y creída que siempre iba de chuleta por la vida. Se acercó al grupo. Los saludó. Se quitó la gorra y la dejó sobre la mesa. Dijo que iba al aseo.
Un miembro del grupo propuso que le rompieran la parte plástica de la visera que la mantenía rígida para no caer sobre la cara. Eso, sin lugar a dudas, tenía sus consecuencias.
Uno de ellos dijo que todos tenían que participar. Así el castigo les caería a todos los cabos primero. Se dirigieron a Martín y le pidieron que también colaborara él. Su participación era un requisito previo. Martín no quería hacerlo.
Le insistieron. Martín, ante la presión, cedió y se atrevió a romper un pequeño resto de plástico que quedaba entero. Dejaron la visera sin su soporte. Al salir el soldado del aseo y recoger su gorra, vio lo que le había pasado. Les amenazó y se dirigió al Capitán de la compañía.
Cuando llegaron los cabos primeros a la compañía se encontraron con la noticia de que todos quedaban arrestados el fin de semana. El Capitán había sido claro, certero y expeditivo.
Martín entendía que aunque en esa ocasión la travesura no pasaba de una broma, la influencia del grupo tenía su peso en el comportamiento nuestro. Por eso, entendía que la elección de los compañeros de viaje que elegimos en la vida debía ser adecuada.
“Sólo el Consolador de Dios puede darte consuelo”.
“En la quietud de Su templo, Él espera para darte la paz que es tuya”.
“Da de Su paz, para que puedas entrar en el templo y encontrarla allí esperándote”.
“No puedes entrar en la Presencia de Dios con los compañeros siniestros a tu lado – la aflicción y el miedo -, pero tampoco puedes entrar solo”.
“Todos tus hermanos tienen que entrar contigo, ya que hasta que no los hayas aceptado, tú no podrás entrar”.
“Pues no podrás entender lo que es la Plenitud a menos que tú mismo seas pleno, y ninguna parte del Hijo puede ser excluida si su deseo es conocer la Plenitud de su Padre”.
Martín veía que tenía que escoger los compañeros de viaje. No quería sentir el miedo, no quería sufrir la aflicción. Deseaba con todo su corazón marchar con el Consolador. Esa compañía le evitaría muchos problemas en la vida.
Veía que también debía tomar otra decisión. No podía menospreciar a ninguna persona porque todas eran Hijos e Hijas de Dios. Un concepto que descubría y le ampliaba la visión. Se centraba en esta amplitud y no permitía que sus pensamientos se equivocaran.
Decidió caminar con personas que siguieran el mismo camino de la aceptación. Todos éramos Hijos e Hijas de Dios y nada en el mundo podía establecer otra distinción basada en otro tipo de consideraciones. Martín se aplicó a sí mismo la lección. El grupo tiene su poder y su influencia.
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