domingo, junio 12

CURACIÓN, MIEDO, LUZ

Rubén estaba en una librería. Era un enamorado de los libros. Le gustaba leer y descifrar el conocimiento que llegaba hasta sus manos. Estaba acostumbrado a hacer los exámenes en el sistema libre por no poder asistir a clase a causa de su trabajo. 

Había desarrollado sus habilidades para comprender lo que no le explicaban en la clase con la lectura, el estudio y la reflexión de los libros. Tenía que encontrar todas las respuestas en la exposición de sus libros. Rubén disfrutaba. Tenía una mente abstracta y entendía la mayor parte de sus tareas. 

Disfrutaba con la lectura. Un libro tenía una cierta magia que le abría nuevas fronteras. Con ellos ampliaba sus horizontes. Era un estudiante de tipo renacentista. Le gustaban todas las materias. Bien fueran científicas, bien humanísticas. A todas les hincaba el diente. 

Aprender era su disfrute natural. Era su hobby. Era su desafío y cuando lograba comprender algo nuevo, sentía que una gran fiesta se producía en su mente, en su cuerpo, en su alegría y en todos los poros de su piel. Encontraba su pasión correspondida. 

Cierto día encontró un libro que le llamó la atención. Había ciertos libros que lo llamaban. Eran como si tuvieran una energía escondida que se comunicaran con su energía natural. El libro tenía un título sugerente: “El libro del ego”. 

Era la primera vez que se encontraba con una noción no muy practicada en sus estudios. Asistía a muchas conferencias, pero el “ego” no era un motivo de enseñanza ni de aprendizaje. 

Sin embargo, tenía el libro en las manos y sabía que tenía que llevárselo. Su intuición le decía, con claridad, que era uno de sus libros. Lo decidió. Bajó las escaleras mecánicas hacia el primer piso. 

Allí pasó por la caja. Lo pagó. Y salió, como siempre, contento con su libro nuevo. Contento con poder leerlo. Entender eso del “ego”. Y abrir sus horizontes con el conocimiento profundo del alma humana. 

No sabía lo que realmente llevaba en las manos. Un campo que se le atragantaba al principio porque no llegaba a captar los elementos esenciales. Pero, poco a poco, fue capaz de ir definiendo el concepto y verlo con claridad en el funcionamiento de cada persona. 

También él tenía que vérselas con el ego en su funcionamiento del día a día. Un campo donde se veía solo, separado de las demás personas. Con una relación de competencia con los otr@s. 

La competencia lo definía claramente. La comparación también. El valor de una persona por sus logros alcanzados. El puesto que desempeñaba, la esencia de su propia valoración. Toda una serie de valores trabajados desde dentro. La cima era su reto. 

Rubén luchaba dentro de él. El miedo en el ego se vislumbraba. La comparación era esa maza que lo elevaba o lo disminuía. Confiaba en sí mismo y se esforzaba por rendir al máximo. Pero, eso no era él. 

Rubén se reconocía como otra cosa. Su vida estaba mezclada con los conceptos del ego y con una visión más universal de igualdad de todos los seres humanos. La competencia, la diferencia, los más. . . que, los menos. . .que, le rebotaban en su conciencia.

Sin darse cuenta al principio, aquel libro le tocaba uno de los puntos esenciales de la existencia. Una cuestión vital de su pensamiento. Una clarificación excelente de sus direcciones y rumbos de la vida. 

Tantas veces se había planteado esa lucha, esos conceptos, esas ideas que vivían en su interior. Necesitaba encontrar un camino de liberación de la comparación y de los más. . . . que, y de los menos. . . .que. Por fin, otro libro le traía luz en este intrincado concepto: 

“Estamos listos para examinar más detenidamente el sistema de pensamiento del “ego” porque juntos disponemos de la lámpara que lo desvanecerá, y, puesto que te has dado cuenta de que no lo deseas, debes estar listo para ello”. 

“¿Qué es la curación sino el acto de despejar todo lo que obstaculiza el conocimiento?

“¿Y de qué otra manera puede uno disipar las ilusiones, excepto examinándolas directamente sin protegerlas?

“No tengas miedo, por lo tanto, pues lo que estarás viendo es la fuente del miedo, y estás comenzando a darte cuenta de que el miedo no es real”. 

“Te das cuenta de que sus efectos se pueden desvanecer sólo con que niegues su realidad”. 

“El siguiente paso es, obviamente, reconocer que lo que no tiene efectos no existe”. 

“No tengas miedo de mirar al miedo, pues no puede ser visto”. 

“La claridad, por definición, desvanece la confusión, y cuando se mira la oscuridad a través de la luz, ésta no puede por menos que disiparla”. 

“El objetivo del ego es alcanzar su propia autonomía”. 

“Desde un principio, pues, su propósito es estar separado, ser autosuficiente e independiente de cualquier poder que no sea el suyo propio”. 

“Por eso es el símbolo de la separación”. 

Rubén veía los peligros, las dificultades y los enfrentamientos que surgían del ego. La separación de los demás. La separación de Dios. La ausencia del amor por la separación. La escasez de amor a sí mismo por la distancia. 

Toda una serie de contradicciones que luchaban en su alma y que se iban disipando a medida que la idea de los demás confluía en la experiencia de la unidad. Estamos diseñados para compartir. 

No estamos diseñados para caminar solos. Rubén veía una luz que se abría ante sí. Le ayudaba a comprender mucho más la vida. Le ayudaba a comprender mucho más su esencia. Y, sin lugar a dudas, tenía que tomar con consciencia su dirección y su elección. 

El ego escrito sobre aquella tapa del libro que llamó la atención de Rubén era mucho más que un concepto de relleno en el saber. Era la esencia que luchaba dentro de su ser. El miedo, la culpa eran sus efectos. Rubén se alegraba de que pudiera tener un camino de salida. 

Un camino de liberación. Un camino de luz clarificadora que le diseñaba lo que realmente era él por Creación. Dios no era la fuente del ego. Dios era la fuente del amor. Es decir, de la unidad. El ego quería romper esa unión. Y Rubén veía que esa unidad propuesta por Dios era su verdadero camino.

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