Fernando tenía un conflicto de pensamientos en su cabeza. Las ideas se le oponían con una fuerte confrontación. Por una parte, se dibujaba el Reino de los Cielos como algo a lo que se accede después de la muerte. Por otra parte, era invitado a ser como un niño para entrar en ese Reino.
Se delineaba esta vida como un valle de lágrimas que no tenía ningún remedio, ninguna solución. Todo iría a peor. Lo mejor era pasarlo de la mejor manera. Unos esfuerzos por ganarse méritos para ese cielo futuro y una cierta apariencia de religiosidad para disfrutar de una relativa paz.
Fernando no sabía cómo interpretar todo esto. En los evangelios había frases que eran difíciles de digerir. No eran fáciles de entender, de comprender, de llevar a cabo. Todo quedaba a la interpretación de la autoridad del momento.
Su corazón latía con el anhelo de buscar ese camino que lo llevara al descubrimiento de su realización personal y del cielo en su mente, en su comprensión y en su desarrollo. Así tendría paz, tranquilidad y, sobre todo, una seguridad estupenda en su interior.
La idea de volver a ser niños desafiaba la mente de muchos. ¿Qué querría decir con esta expresión? ¿A qué se referiría al compartir el mensaje con los adultos? ¿Había algo realmente que los adultos no estaban haciendo bien?
A Fernando le gustaba investigar todos los recovecos y todos los detalles posibles para encontrar ese camino. Era persona inquieta, profunda, interesada en esos temas. Tenía un interés muy marcado en conocerse a sí mismo.
¿Cómo volver a entrar en la niñez para cumplir los objetivos de esta sabiduría que se abría ante sus ojos? Él mismo se había dado cuenta del cambio de mentalidad que había experimentado al dejar de ser niño y al aceptar ser adulto con todas las consecuencias y con toda la responsabilidad.
¿Le tocaba deshacer ese camino? Un autor le decía que había sido niño de forma inconsciente y ahora debía ser niño, otra vez, de forma consciente. ¿Cómo ser niño otra vez de forma consciente? Una barrera de comprensión que no lograba disipar, quitar, por su falta de comprensión.
Ahora con las líneas de aquel libro, tenía una nueva oportunidad de entender este camino de sabiduría y de bondad. Parecía que se acercaba a tener la llave secreta para abrir su tesoro personal. Todo el cuerpo le vibraba. La ilusión se disparaba y la lectura se repetía.
“La Biblia os dice que os volváis como niños”.
“Los niños reconocen que no entienden lo que perciben, y, por lo tanto, preguntan cuál es su significado”.
“No cometas la equivocación de creer que entiendes lo que percibes, pues su significado se te escapa”.
“Mas el Espíritu Santo ha preservado su significado para ti, y si tú le permites que lo interprete, Él te devolverá lo que tú despreciaste”.
“Sin embargo, mientras creas que sabes cuál es el significado de lo que percibes, no verás la necesidad de preguntárselo a Él”.
Fernando empezaba a entender el camino de interpretación de esta frase. Y precisamente hablaba de interpretación. Ser como niño es no tener ningún problema al permitir que otro nos explique lo que nosotros percibimos. Además de nuestra interpretación, puede haber otra.
Fernando ya había descubierto, en su experiencia, que le había dado un sentido a una percepción que tuvo en una ocasión. Ese sentido se reveló con el tiempo como una total equivocación. Con toda su vida de adulto, con toda su mente sabia, con toda su mejor disposición, Fernando no decidió con acierto.
Ahora captaba, mucho mejor, el sentido de este texto. En muchos momentos no sabemos interpretar lo que percibimos. No estaba nada mal lo de tener un guía en su interpretación. Como adulto, había descubierto que desconocía muchas cosas relativas a las personas, a sus intenciones y a sus causas.
También se había dado cuenta que muchas personas entraban en dificultades por interpretaciones erróneas que solamente estaban en sus mentes. Necesitaban que una persona de confianza les clarificara la situación.
Se sentía feliz al descubrir este sentido en el texto. Comportarnos como niños en el terreno de la interpretación de lo que nos llega a nosotros. No nos conocemos a nosotros mismos y, en ocasiones, creemos que llegamos a conocer a los demás. Todo un sinsentido.
¡Qué maravilla ser niños! Preguntarlo todo. Tener un guía. No caminar solos. Tener una voz amiga que pueda darnos otra alternativa. Perder esa seguridad en nosotros que nos hace creer que lo hemos interpretado bien, muy bien.
Fernando reconocía que sus mayores errores habían estado en los momentos que había interpretado que tenía toda la razón. En los momentos en que se repetía a sí mismo que había actuado bien y, por lo tanto, toda la conclusión había sido correcta.
Ahora, repasaba los momentos cuando su razón le decía que él estaba en lo cierto y los demás equivocados. Esos momentos se llenaban de tal fuerza interior que se sentía completamente seguro de su acertada conclusión. Pero, el tiempo le había demostrado su incorrección.
La última frase resonaba en su interior: “Mientras creas que sabes cuál es el significado de lo que percibes, no verás la necesidad de preguntárselo a Él”. Fernando concluía que deseaba ser niño en su actitud, ser niño en su disposición, ser niño en la interpretación.
Al ser niño, aceptaría, con sumo agrado, la interpretación oportuna. Una actitud que cultivaría para dejar entrar la voz del Espíritu Santo en su vida. Él sería su guía y no estaría más instalado en la separación. Este es el amor que emana de una acertada comprensión.
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