Ricardo estaba impresionado por lo que estaba leyendo. Nunca se había imaginado que las enfermedades procedían de los pensamientos no amorosos en la mente. La sensación de estrés continuo y miedo hacía funcionar de modo poco apropiado el organismo.
Ricardo recordaba su primera visita al médico a la edad de catorce años. Tenía una indisposición gástrica. Lo consultó con su madre. Los dos decidieron que era oportuno que fuera al médico para que le calmara esa sensación de molestia continua.
Estaba en la sala de espera. Cada paciente era llamado y entraba en la consulta del médico para encontrar una solución. Le tocó a Ricardo y pasó a la sala donde estaba el doctor y una enfermera que escribía las prescripciones y extendía la receta.
El doctor se interesó por los inconvenientes que le producía el estómago. Ricardo se los detalló con claridad. Al terminar, se quedó sorprendido por una pregunta del médico: “¿Has tenido algún disgusto estos días?” Ricardo reaccionó ante la pregunta y le afirmó que había tenido un revés fuerte hacía dos días.
El médico le dio la medicina oportuna. Salió con la receta extendida por la enfermera y con unos saludos cariñosos del doctor que le deseaba que se recuperase pronto.
Ricardo pensó en ese revés que le había provocado ese desorden en su aparato gástrico. Por primera vez, se dio cuenta de la influencia de las emociones en el funcionamiento del cuerpo. Todo un horizonte se le abrió delante de sí.
El cuerpo había alterado su normal funcionamiento por una reacción poco adecuada ante la incomprensión enfrentada con cierta persona. Su actitud en contra le había alterado.
Ricardo reconocía que, de haber tenido otra actitud, la reacción no hubiera sido negativa y entonces su cuerpo no hubiera sido trastornado. Así concluía que el funcionamiento de la mente no sólo alteraba sus pensamientos sino que influía en el normal desarrollo de su cuerpo.
Ricardo veía que cuidar la mente con unos pensamientos siempre adecuados a la ocasión, le sanaban la mente y el cuerpo. La unión de los dos estaba realmente interconectada como le había demostrado su experiencia.
Reconocía que su madre tenía ciertos miedos inconscientes y que esos miedos no controlados la hacían caer, de vez en cuando, en depresión. Ricardo sufría por su madre. No sabía cómo quitarle esos miedos. Eran absurdos para su mente. Pero, para la mente de su madre, tenían toda la realidad.
Ricardo reconoció que cada mente tenía su forma de funcionar respecto a los pensamientos. Una particularidad que no era universal. Y eso le preocupaba porque veía que, de alguna manera, cada persona se fabricaba su propia cárcel de miedo y angustias personales no objetivas.
Le repetía, muchas veces a su madre, que no tenía sentido aquel miedo por las cosas que desconocía. En ocasiones proyectaba esos miedos sobre Ricardo y le hacía sufrir y, a la vez, sufría ella. Una situación sin posibilidad de solución. Al menos, Ricardo no lo veía.
Esos miedos influían sobre su madre, sobre sus depresiones, sobre su salud, sobre su calidad de vida. ¡Qué importante era tener pensamientos adecuados, positivos, alegres, tranquilos y confiados! Ricardo no veía causas para que su madre padeciera. Era todo un juego de la mente.
A veces, pensaba que esos miedos de su madre estaban en la falta de amor de su padre hacia su madre. Una falta de amor que su madre lo canalizaba por el miedo y la falta de seguridad. En algunos momentos su madre se le abría en confianza y se relajaba un poco al sentir el amor de Ricardo.
Su madre se centraba mucho en Ricardo. Era su tabla de salvación. Su soledad amorosa la llenaba con su hijo y así, de alguna manera, mitigaba la sequía amorosa que padecía.
Todo ello le hizo mucha mella en su salud, en su equilibrio, en su forma de pensar, y se reflejaba en esa falta de confianza tan característica en ella. Pasado el tiempo, Ricardo veía, con mayor claridad, la influencia en la salud de esta falta de amor.
Por ello, aquellas líneas le impactaban pero, a la vez, le hacían reflexionar sobre su vida y sobre su madre fallecida. El amor es la esencia que no puede faltar en ninguna persona. De otra manera, le altera su funcionamiento óptimo.
Ricardo interpretaba en aquellas líneas que el mundo real era el mundo donde el amor no faltaba. Cada persona era un depósito de amor. Un buen manejo de las emociones y de los pensamientos mantendría ese depósito siempre lleno y dispuesto a compartir.
Estos pensamientos animaron a Ricardo en la línea de la solución. Un poco más animado empezó a leer y a profundizar en ese párrafo:
“En el mundo real no hay enfermedades, pues en él no hay separación ni división”.
“En él sólo se reconocen los pensamientos amorosos, y, puesto que todo el mundo dispone de tu ayuda, la Ayuda de Dios va contigo a todas partes”.
“A medida que, por el hecho de pedir esta Ayuda estés dispuesto a aceptarla, la ofrecerás porque la desearás”.
“Nada estará fuera del alcance de tu poder sanador porque nada que pidas te será negado”.
“¿Qué problema puede haber que no desaparezca en presencia de la Respuesta de Dios”.
“Pide, entonces, conocer la realidad de tu hermano porque eso es lo que percibirás en él, y, en su belleza, verás reflejada la tuya”.
Ricardo se ponía contento al comprobar que esa acción amorosa estaba a su alcance. No era difícil ni complicada obtenerla. Se dio cuenta que su concepto sobre los demás debía cambiar. Debía creer en la bondad del ser humano.
Al ver la bondad del ser humano, podría ver la suya. Vemos en los demás la proyección de nuestros pensamientos. Y al dejar de ver la negatividad en los demás, fuente de miedos en su madre y en él mismo, el miedo en su interior iría desapareciendo.
Lo importante, se decía Ricardo, era ver lo mejor del ser humano. Siempre se luchaba por contraponer la idea de un ser creado por Dios a la teoría de la evolución. Sin embargo, Ricardo se dio cuenta de la importancia de considerar a los demás como realmente hij@s de Dios.
Ese concepto le cambiaría totalmente su manera de concebirlos y de situarlos en su mente. Con cada persona que hablaba, la sentía como una parte de su Dios creador. Eso le cambió totalmente su mente, su visión y su concepto del ser humano.
Un profundo respeto nacía en su interior. Una enorme seguridad se desplegaba. Y podía comunicarse con respeto, admiración y confianza con un hij@ de Dios en toda su extensión. Esa fue su fuente de sabiduría. Su fuente de agua viva que le hacía alcanzar su mente sana y llena de alegría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario