Enrique iba con su esposa a la sala de espera de la unidad de cuidados intensivos. Allí se encontraba la madre de su esposa que le había dado una especie de infarto no muy grave y la estaban tratando de su dolencia.
Al entrar en la sala saludó a los presentes y observó, con cierta sorpresa, la contestación cariñosa de todos los presentes. Todos estaban pasando por una situación parecida. Un familiar estaba luchando por superar alguna incidencia de cierta gravedad.
Enrique reparó en dos hermanas y en el esposo de una de ellas. Las dos estaban preocupadas por la situación de su padre. Tenía un problema grave en el páncreas y algunos órganos habían dejado de funcionar. Los facultativos estaban tratando de estabilizar la función de dichos órganos.
El esposo de una de las hermanas la tenía abrazada. Le daba cariño. Le daba apoyo, mucha comprensión. La naturalidad en esos momentos salía a flote sin ninguna limitación. La otra hermana se veía más abierta, más comunicativa, más esperanzada.
A la una del mediodía, los doctores iban llamando a los familiares para informarles de la evolución de sus pacientes. Llamaron a las hermanas y entraron para hablar con los doctores. Les dijeron que su padre estaba luchando. Que había signos de mejoría dentro de la gravedad. Con la ayuda de su padre, seguirían actuando.
Al salir, la hermana más comunicativa se puso a hablar con Enrique. Le expresaba su expectativa positiva. Todo podría recuperarse. Nada estaba perdido.
Así lo sentía en su corazón. Enrique le expresaba que esa función era extraordinaria. Esa alegría le llegaba a su padre y así, juntos, irían superando la situación delicada. La comunicación no sólo se producía con las palabras. El cuerpo entendía de otro tipo de lenguajes.
Enrique observó el bien que hacía hablar, compartir, sentirse entendid@s y comprendid@s. Momentos donde el calor, el cariño y la amabilidad dulcificaban el alma llagada por la situación crítica de sus familiares.
La madre de la esposa de Enrique estaba bien, relativamente fuera de peligro. La habían cogido a tiempo y la vida no estaba en juego. Unos cuidados adecuados y todo seguiría un rumbo positivo.
Al siguiente día, otra vez a la una del mediodía, los doctores pasaron a la diaria información. El padre de las hermanas seguía con la línea ascendente. Al salir de hablar con el médico, la mayor seguía expresando su confianza. La otra se repetía a ella misma.
“Debemos ser prudentes y aceptar la realidad. Mi padre”, decía, “no va a salir de esta. Es el momento final. Él ha salido de muchas pero de esta ya no creo que pueda salir”. Enrique se quedó sorprendido. Veía que era una persona con un nivel de sufrimiento muy alto y se estaba preparando para lo peor.
Enrique le compartió unas palabras que no recuerda de dónde le salieron: “Si yo fuera usted, no me permitiría pensar así. Si su padre, como dicen los doctores, está luchando, todos deberían estar con él en esa lucha conjunta en esos momentos delicados”.
Las palabras cayeron. Enrique mismo se quedó perplejo de ese pensamiento. Se sorprendió pero, pudo observar que era muy coherente con el proceso de unión de unos con otros. No es posible separarse en ningún momento. No debíamos sentirnos separados en ningún instante de la vida.
La unión, el apoyo, el cariño, el abrazo y una mano afable, transmiten tal potencia de energía que nos hace subir cuestas imposibles. Nos relaja y nos renueva nuestro empuje interior.
Y los cuerpos afectados reciben de sus familiares ese cariño sublime del pensamiento que todo lo puede lograr y atravesar. Enrique recordaba las palabras sabias y cariñosas de un doctor mayor.
“No sabemos lo que realmente ocurre. Nosotros damos a todos el oportuno tratamiento. Pero, sabemos que quien cura es el cuerpo. Unos pacientes se recuperan. Otros no responden igual. Pero el cuerpo hace su trabajo en el proceso de restablecerse”.
El enfermo recibe todas las energías del ambiente y de las personas que le rodean. Enrique veía que la actitud cerrada de la hermana que tenía el esposo presente, era una actitud delicada. Sus palabras quedaron en el ambiente creando energía de amor, de compresión y de apoyo.
Estas reflexiones le llevaron a Enrique a buscar unas frases que había leído no hacía mucho tiempo. Sabía dónde se encontraban. Y con ellas se puso a pensar y dejarse relajar con la sabiduría que de ellas emanaban:
“Es imposible no creer en lo que ves, pero es igualmente imposible ver lo que no crees”
“La percepción se construye sobre la base de la experiencia, y la experiencia conduce a las creencias”.
“La percepción no se estabiliza hasta que las creencias se cimentan”.
“De hecho, pues, lo que ves es lo que crees”.
“Eso es lo que quise decir con “Dichosos los que sin ver creyeron”, pues aquellos que creen en la resurrección la verán”.
“La resurrección es el triunfo definitivo de Cristo sobre el ego, no atacándolo sino transcendiéndolo”.
“Pues Cristo ciertamente se eleva por encima del ego y de todas sus “obras” y asciende hasta el Padre y Su Reino”.
“¿Te gustaría transcender tu prisión y ascender hasta el Padre?”.
Enrique, en aquella situación de la familia ante su padre, y la diferente reacción de las hermanas, veía que la creencia era determinante. Le gustaba escuchar esa frase que decía: “lo que el corazón quiere ver, el intelecto se lo muestra”.
Enrique concluía que, si realmente aceptaba su verdadero origen como hijo de dios, el intelecto se lo mostraría. Y estaba viendo que el Padre no estaba lejano, allá arriba. Estaba en su corazón esperando a cada momento para tener un encuentro de reflexión y de intercambio.
Un Padre Amante que tenía tanto amor de recibirnos en Sus brazos, como el mejor padre del mundo, por ser un mero reflejo del Amor del Padre hacia tod@s nosotr@s.
Enrique decidió que sus ojos verían lo que la creencia le decía. Esa era la conclusión de esas palabras sabias: “Es imposible no creer en lo que ves, pero es igualmente imposible ver lo que no crees”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario